En su quinto día de estancia, domingo, se producían ciertas variaciones regulares en la jornada normal. El desayuno:
Era visible que todos se esforzaban en observar y distinguir ese domingo, y la administración y los huéspedes colaboraban en ese esfuerzo. Con el té de la mañana se sirvió una tarta casera y junto a cada cubierto había un jarroncito con flores, clavelinas silvestres y algunas rosas de los Alpes (...)
Chaud-froid de gallina
Cerveza negra que siempre toma Hans Castorp
Y en el almuerzo dominical que se distinguía por la delicadeza de los platos:
El resto del domingo no ofreció nada extraordinario, a excepción tal vez de las comidas, que, como no podían ser más abundantes que de costumbre, al menos se distinguían por la especial delicadeza de los platos. (Para comer, por ejemplo, hubo chaud-froid de gallina, trufado con cangrejos y cerezas troceadas; acompañando el helado, repostería en cestillos de azúcar, y como colofón, piña natural). Por la noche, después de beber su cerveza, Hans Castorp sintió que sus miembros estaban muy agitados, más temblorosos y pesados que los días anteriores. A las nueve se despidió de su primo, se tapó con el edredón hasta las orejas y se durmió al instante.
Hans Castorp se va acostumbrando a la rutina de las comidas que marcan el tiempo:
Sin duda el almuerzo en la sala de las siete mesas tenía un gran encanto para Hans Castorp. Lamentaba que terminase, pero se consolaba pensando que dentro de dos horas estaría de nuevo sentado en el mismo lugar y, cuando se veía de nuevo allí, era como si nunca se hubiera movido. ¿Qué ocurría en el intervalo? ¡Nada! Un corto paseo hasta la cascada o hasta el barrio inglés, y un breve reposo en la chaise-longue. No era una interrupción grave, no era un obstáculo que valiese la pena para que se le tuviera en cuenta.
Por el sencillo hecho de las cinco comidas diarias existía la posibilidad de los encuentros frecuentes con madame Chauchat Y en esto, lo mismo que en todo lo demás, la ausencia de preocupaciones y esfuerzos le parecía a Hans Castorp maravilloso, a pesar de que sentirse encerrado en aquel sanatorio resultara angustioso. Había llegado hacia solo dos semanas, pero tenía la impresión de que hacía mucho más tiempo.
(Cap. IV)
***
Hans Castorp, enfermo en su habitación, come con gran apetito; no aborrece la comida, al contrario, desea las mismas viandas que el resto de los enfermos. Comienza su transformación:
"La bandeja con la que le trajeron el desayuno el domingo por la mañana venía adornada con un ramo de flores y no habían dejado de enviarle la misma bollería fina que se sirvió aquel día en el comedor".
El apetito ante la comida, se convierte en un referente para comprobar el estado de ánimo de Hans Castorp, el apetito que provoca un cambio de vida. Comienza a adaptarse, se integra y acepta saberse enfermo en el mundo de "allá arriba"; era un enfermo más, se le preguntaba y no se le dejaba de lado...también saboreaba los manjares como el resto:
" [...] Tuvo la sensación de que todo estaba en orden y, con gran sosiego a pesar de la molestísima tos y la congestión nasal, comenzó a vivir al día; comenzó a vivir ese día normal, dividido en tantas partes pequeñitas que, en su perpetua monotonía, no pasaba ni despacio ni deprisa y era siempre el mismo día".
" [...] lo que le sirven durante la eternidad perpetua no es una simple "sopa de mediodía", sino la clásica comida de seis platos de Berghof en todo su esplendor, una comida suculenta todos los días de la semana; el domingo una comida de gala, pantagruélica y espectacular, preparada por un cocinero de formación europea en la cocina de hotel de lujo con que contaba el sanatorio. La camarera encargada de atender a los enfermos que no podían salir de sus habitaciones se la servía en apetitosas bandejas con brillantes campanas cromadas... y Hans Castorp comía como un marajá".
(Cap. V)
Omelette en surprise
Un símil "muy sabroso":
"No se había dado cuenta del callado despertar del décimo mes. Solamente era capaz de captar lo sensible -el ardor del sol, que encerraba aquella secreta frescura-; una sensación que era nueva para él y le invitaba a una comparación culinaria: le recordaba-según comentó a Joachim- a una omelette en surprise, una tortilla dulce y caliente rellena de helado".
Champán
Navidad:
"En la mesa de los ruso distinguidos reinaba una gran alegría; allí saltó el primer tapón de champán, que se bebía en casi todas las mesas... El menú fue muy selecto y se cerró con pasteles de requesón y golosinas navideñas, que luego se completaron con café y licores..."
"En la mesa de los ruso distinguidos reinaba una gran alegría; allí saltó el primer tapón de champán, que se bebía en casi todas las mesas... El menú fue muy selecto y se cerró con pasteles de requesón y golosinas navideñas, que luego se completaron con café y licores..."
Joachim, tras una estancia en el mundo de abajo, regresa a la montaña, su estado empeora, ya no puede comer las suculentas comidas de los demás. Era otoño:
" [...] ocupaba su sitio para tomar la comida especial que le preparaban, pues ya no toleraba las comidas normales por peligro de atragantarse. Le servían sopas, purés y papillas".
Champán y caviar
El ir y venir de los enfermos era constante, y se despedían invitando a todos a un festín:
"La vivaracha tía abuela había ofrecido a sus compañeros de mesa, es decir, a los primos, a la institutriz y a la señora Stoehr, una cena de despedida en el comedor, un festín en el que se había servido caviar, champán y licores..."
"La vivaracha tía abuela había ofrecido a sus compañeros de mesa, es decir, a los primos, a la institutriz y a la señora Stoehr, una cena de despedida en el comedor, un festín en el que se había servido caviar, champán y licores..."
Tortilla a las finas hierbas
Se prepara el ambiente que anuncia la Primera Guerra Mundial. Aparece el personaje de Mynheer Peeperkorn, un ser que cautiva y seduce por la fuerza de su personalidad. Sus palabras suelen ser incoherentes y gratuitas; ama la vida, se emociona, y puede ser violento, sin embargo, su capacidad de seducción es considerable. Invita a todos a copiosas y abundantes comidas, pero no contribuye a forjar ningún ideal, sólo busca la satisfacción espontánea. Les imponía su propio gusto en la mesa. Tomaba café extraordinariamente fuerte, vino y aguardiente.
Su entrada en el sanatorio marcará el principio del fin.
Peeperkorn para confortarse apelaba al café extraordinariamente fuerte que tomaba varias veces al
día, no solamente por la mañana muy temprano, sino también por la tarde. Lo bebía
en una taza muy grande, tanto después de las comidas como durante estas, al mismo
tiempo que el vino.
Los exquisitos manjares de la cocina del sanatorio poco a poco van desapareciendo:
"Peeperkorn achacó aquel desfallecimiento a una alimentación insuficiente. Así lo expuso con palabras de una incoherencia tremenda, con el índice en alto. Había que comer, comer en condiciones para estar a la altura; eso es lo que dio a entender, y pidió un tentempié para sus amigos: carne, fiambres, lengua ahumada, embutidos y jamón, platos y platos de sabrosas viandas adornadas con rizos de mantequilla, rabanitos y ramos de perejil formando flores. A pesar de que todos hiciesen gran honor a esos platos después de una cena cuya contundencia y exquisitez estaban fuera de toda duda, Mynheer Peeperkorn, después de algunos bocados, afirmó que todo aquello no eran más que "bagatelas", y lo dijo con una rabia que demostraba lo imprevisible e inquietante de su temperamento de gran señor. Se puso furioso cuando alguien se atrevió a defender aquella comida". [...] Quería unas tortillas para él y para todos, una buena tortilla a las finas hierbas para cada uno, esperando que esto si fuese suficiente para las exigencias de su paladar". [...] Por otra parte, ya había recobrado el buen humor cuando aparecieron las humeantes tortillas, esponjosas, amarillas y salpicadas de motitas verdes, inundando la estancia con un delicioso olor a huevos y mantequilla...casi imponía cada uno recrearse en aquellos dones de Dios con todo su corazón y con una entrega absoluta. Mandó que sirviese ginebra holandesa, una ronda, y obligó a los presentes a tomarse aquel líquido transparente, que emanaba un saludable aroma a trigo con un delicado toque de enebro, con una devoción llena de tensión".
"Peeperkorn achacó aquel desfallecimiento a una alimentación insuficiente. Así lo expuso con palabras de una incoherencia tremenda, con el índice en alto. Había que comer, comer en condiciones para estar a la altura; eso es lo que dio a entender, y pidió un tentempié para sus amigos: carne, fiambres, lengua ahumada, embutidos y jamón, platos y platos de sabrosas viandas adornadas con rizos de mantequilla, rabanitos y ramos de perejil formando flores. A pesar de que todos hiciesen gran honor a esos platos después de una cena cuya contundencia y exquisitez estaban fuera de toda duda, Mynheer Peeperkorn, después de algunos bocados, afirmó que todo aquello no eran más que "bagatelas", y lo dijo con una rabia que demostraba lo imprevisible e inquietante de su temperamento de gran señor. Se puso furioso cuando alguien se atrevió a defender aquella comida". [...] Quería unas tortillas para él y para todos, una buena tortilla a las finas hierbas para cada uno, esperando que esto si fuese suficiente para las exigencias de su paladar". [...] Por otra parte, ya había recobrado el buen humor cuando aparecieron las humeantes tortillas, esponjosas, amarillas y salpicadas de motitas verdes, inundando la estancia con un delicioso olor a huevos y mantequilla...casi imponía cada uno recrearse en aquellos dones de Dios con todo su corazón y con una entrega absoluta. Mandó que sirviese ginebra holandesa, una ronda, y obligó a los presentes a tomarse aquel líquido transparente, que emanaba un saludable aroma a trigo con un delicado toque de enebro, con una devoción llena de tensión".
(Cap. VII)
No hay comentarios:
Publicar un comentario