martes, 11 de diciembre de 2012

Señales




Esperanza. George Frederick Watts, (1817-1904)



En la Biblia (Hebreos 6:19), la Esperanza es “el ancla del alma, segura y firme, y que entra hasta en lo que está dentro del velo.” Aquí, la Esperanza tiene los ojos vendados; está sentada sobre un globo, tocando una lira cuyas cuerdas – excepto una – están rotas. Watts quería encontrar un enfoque original de la alegoría sobre temas universales. Pero los intentos por presentar a la música como algo insignificante en “Esperanza”, sumado a los argumentos de varios críticos, afirmaron la idea de que la obra podría haber sido titulada más apropiadamente con el nombre “Desesperación". Watts explicó que “la Esperanza no tiene por qué significar necesariamente expectación. En este caso sugiere más bien la música que puede provenir del acorde restante".

Y es este acorde restante el que me llevó a recordar estos versos: 

Baja y subirás volando
al cielo de tu consuelo,
porque para subir al cielo,
se sube siempre bajando.

Un famoso libro del psiquiatra español Vallejo Nájera lleva por título Concierto para instrumentos desafinados. Uno de los personajes es un muchacho enfermo que, pese a sus limitaciones, siempre está contento. Alguien le pregunta por el secreto de su alegría, y él responde con los versos que aparecen arriba. Son las paradojas de Dios, al cielo subimos bajando...
Estos versos nunca los olvidé, escritos por Gabriel y Galán, y leyendo este artículo, no pude dejar de recordarlos: ¿dónde buscar y dónde encontrar las señales de Dios?, bajando; baja y subirás volando al cielo de tu consuelo...


SOBRE LA INOPORTUNIDAD DEL ADVIENTO

Sí, inoportunidad, no me arrepiento del título, esa ha sido mi impresión después de hacer una lectura seguida de los textos de Adviento. Vienen cargados de tantas palabras resplandecientes: alegría, seguridad, gloria, esplendor, paz, confianza, salvación…, que esa insistencia luminosa resulta casi insultante en estos tiempos de tanta oscuridad.
Puestos a elegir, preferiríamos otras promesas más cercanas a nuestra realidad: en vez de colinas que se abajan y valles que se levantan, esperaríamos el anuncio de que bajan las hipotecas, desciende la prima de riesgo y se eleva la responsabilidad de los bancos que han dejado sin ahorros a tantas familias.
Estupendo que lo torcido se enderece, pero nos suena a música celestial mientras continúen los métodos tortuosos de muchos empresarios para solicitar EREs y mandar al paro a tanta gente.
Baruc nos exhorta a envolvernos en el manto de la Justicia de Dios y es una magnífica cobertura pero ¿de qué les va a servir a los inmigrantes sin papeles si se quedan sin la sanitaria?
La teología y sus eruditos se defienden: “Se trata de una perspectiva escatológica”, distinguen. Claro, pero sólo con eso no llego a fin de mes, piensa más de uno.
Jesús, que afortunadamente no era un erudito, propone otras salidas: da por sentada la existencia de situaciones desastrosas que nos sacuden llenándonos de ansiedad y preocupación pero, donde nosotros no vemos más que catástrofes, él ve señales”.
La condición para descubrirlas es “levantar los ojos”, ir más allá de lo inmediato que nos ciega y atrapa en redes de deseos insatisfechos, en obsesiones por retener modos de vida que considerábamos definitivos, en temores que embotan nuestro corazón impidiendo el fluir de la vida.
Y esas “señales” ¿dónde buscarlas?: en el desierto, responde el evangelio de Lucas en el 2º Domingo, en esos lugares marginales que nos obligan a afrontar sin distracciones esas preguntas de las que tratamos de escapar, que nos inquietan más allá de lo económico y que se enmascaran bajo pretextos de impotencias y desánimos.
Los personajes políticos y religiosos nombrados (Poncio Pilato, Herodes, Anás, Caifás….) quizá fueron peores que los que hoy nos gobiernan pero, a pesar de sus poderes e intrigas, no consiguieron extinguir la esperanza que convocaba la voz profética de Juan desde la periferia.
En la tercera semana las señales se vuelven más concretas: hay que abrirse a la alteridad hasta llegar a compartir con otros, hay que salir del estrecho círculo de “lo mío” para que la esclavitud del poseer deje paso a la libertad de preferir el bien mayor de la relación: la alegría de que una túnica sobrante abrigue ahora el cuerpo aterido de un hermano.
Las señales de la cuarta semana nos devuelven a la belleza de lo pequeño, a la humildad de lo cotidiano: Dios elige como morada a Belén, un pueblo insignificante; y un sencillo saludo, esa experiencia universal de acogida del otro, desencadena un torrente de comunicación entre dos mujeres embarazadas que se llenan de alegría, bendicen y se ríen juntas mientras la vida crece en sus entrañas.
No son señales fáciles ni evidentes porque el Evangelio es siempre un tesoro escondido, un don exigente, una gracia cara. Después de todo, quizá el Adviento pueda conducirnos “oportunamente” hacia ese júbilo que se atreve con tanto descaro a prometer.




Esperar, Esperanza, con el Evangelio en la mano... 








1 comentario:

  1. Una hermosa y profunda reflexión que me ha recordado las palabras del Profeta Isaías: "porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos, dice el Señor"

    Gracias también por el enlace.
    Un abrazo querida Rosita

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