jueves, 21 de febrero de 2013

Tiempo de conversión y obediencia





San Agustín. Philippe de Champaigne


Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti.

San Agustín




He encontrado esta reflexión a raíz de la frase de san Agustín, que ha estado rondando en mi cabeza desde el inicio de la Cuaresma. La comparto porque no puede ser más clara y quiero que sea mi guía en toda Cuaresma y en mi vida: aceptar la voluntad de Dios.



PROVIDENCIA Y OBEDIENCIA

Dios tiene cuidado de todo y, especialmente, de sus hijos los hombres, pero su providencia no es providencialismo fácil. Es decir, no debemos esperarlo todo de Dios, como si todo dependiera sólo de Él. Debemos orar, sí, como si todo dependiera de Él. Pero, a la vez, debemos esforzarnos y trabajar, como si todo dependiera exclusivamente de nosotros. La providencia de Dios no anula nuestra libertad, sino que la enaltece. A este respecto, decía muy bien san Agustín: Él que te creó sin ti, no te salvará sin ti. Dios no te dará la salvación sin tu colaboración y sin tu voluntad de ser salvado. Él quiere que seas libre en aceptar o rechazar su amor.

Por todo esto, debes tener como norma de vida el Ora et labora de los benedictinos. Orar y trabajar. Confiar en Dios y colaborar de tu parte. ¿Quieres ser profesional? Confía en Dios, pídele la salud y los medios necesarios para estudiar, pero estudia y esfuérzate para conseguir los conocimientos necesarios para que un día llegues a ser un buen profesional.

El plan fundamental de la providencia de Dios es la salvación de todos los hombres. Por consiguiente, nosotros debemos ser sus colaboradores en esta gran tarea. Dios nos guiará en cada momento a través de nuestra conciencia, a través de las normas de la Iglesia y de las leyes civiles (que sean buenas). Quizás se sirva de los consejos de nuestros padres, maestros o superiores y, en este caso, el obedecer es seguir la voluntad de Dios y cumplir nuestra misión [...]



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San Agustín entre Cristo y la Virgen. Bartolomé Esteban Murillo


Alguien ha dicho que obedecer es amar. Pues bien, la mejor manera de amar a Dios es obedecerle. Y la mejor manera de obedecerle a Él, cuando no sabemos claramente su voluntad, es obedecer a las personas constituidas en autoridad; pues, al obedecer las normas y leyes establecidas y a los legítimos superiores, estamos obedeciendo a Dios. Esto quiere decir que la obediencia es un camino seguro que nos propone la providencia de Dios. Lo cual quiere decir que no podemos seguir nuestros impulsos naturales o nuestras propias opiniones, cuando está de por medio la obediencia. Dios da el Espíritu Santo a los que le obedecen (Hech 5, 32). La obediencia es como una autopista espiritual por donde podemos correr mucho más rápidamente que por otros caminos y, sobre todo, con seguridad.

El hacer mortificaciones, obras de caridad, servicios a los hermanos..., son cosas buenas; pero, si las hacemos desobedeciendo, Dios las detestaría y no nos aprovecharían. Por eso, decía san Vicente de Paúl: El bien es un mal, si se hace cuando Dios no quiere. Pongamos un ejemplo. Los papás le prohíben al niño ayunar. Si él ayuna, porque cree que, ayunando, hará más feliz al niño Jesús, se está equivocando. Si alguien va a comulgar contra la orden del confesor, la comunión no será del agrado de Dios ni le aprovechará espiritualmente, por estar desobedeciendo. Si el médico, por nuestro bien, nos prohíbe comer ciertos alimentos, que nos hacen daño, al comerlos desobedecemos también Dios. Si una religiosa quiere dar limosna a los pobres contra la voluntad expresa de la superiora, está desobedeciendo también a Dios. Y lo mismo, si ayuna o se mortifica contra la voluntad de los superiores.

Muchos católicos dicen: Yo creo, yo opino, a mí me parece que la Iglesia se ha equivocado en cuanto a los anticonceptivos o en cuanto al no dar la comunión a los divorciados vueltos a casar, o en cuanto a la eutanasia o al aborto en situaciones extremas… Si siguen su propia opinión y hacen algo en contra de la doctrina de la Iglesia, están ofendiendo a Dios y pueden estar seguros de que lo que hagan no les hará más felices, sino al contrario, pues la verdadera y auténtica felicidad solamente está en Dios y viene de Dios.

Decía la Madre Teresa de Calcuta: La obediencia es Palabra de Dios. Hay que obedecer para ser santos. La santidad no está en un sentimiento, sino en la obediencia... Créanme, la obediencia es seguro signo de santidad. Pregúntense a Uds. mismas: ¿Soy santa? ¿Cómo sabré si soy santa? Fíjese cómo anda su obediencia... Si la obediencia no va bien en nuestra vida religiosa, no somos más que un número y ninguna de nosotras ha dejado casa, familia, etc., para ser un número .

Obedezcan cordialmente con una obediencia de alma y espíritu. Obedezcan hasta en el más mínimo detalle. ¿En las cosas más pequeñas y más ridículas? También en esas. Yo puedo cometer un error al destinarlas aquí o allá, y después de seis meses a otro lugar. Pero ustedes jamás lo cometerán, obedeciendo .

En resumen, obedecer es la manera más segura de seguir la voluntad de Dios y de no equivocarnos, el mejor modo de cumplir fielmente el plan que Dios tiene en su providencia sobre nosotros desde toda la eternidad.



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Fra  Angélico. Conversión de san Agustín



LA VOLUNTAD DE DIOS

Jean Pierre de Caussade (1673-1751), escribió un libro muy famoso titulado El abandono en la divina providencia. En este libro habla de abandonarse confiadamente en la providencia de Dios, cumpliendo en cada momento su santa voluntad.

Dice: Todo lo que sucede en cada momento lleva en sí el sello de la voluntad de Dios… Ninguno de nuestros instantes es pequeño, pues todos llevan en sí un reino de santidad. El momento presente es siempre como un embajador, que manifiesta la voluntad de Dios.

La voluntad de Dios se presenta a cada instante como un mar inmenso que nuestro corazón no puede agotar… En la voluntad divina, escondida y oculta en todo lo que va sucediendo en el momento presente, es donde hallaremos un tesoro que excede infinitamente todos nuestros deseos (p. 49).

La máxima sublime de la espiritualidad es este abandono puro y entero a la voluntad de Dios, para ocuparse enteramente en amarle y obedecerle, apartando temores y reflexiones como también inquietudes, producidas por el cuidado de la salvación o de la propia perfección. Puesto que Dios se nos ofrece a arreglar nuestros asuntos, dejémosle hacer y no nos ocupemos más que de Él mismo y de sus cosas (p. 22).

Todas las criaturas viven en la mano de Dios. Los sentidos no ven otra cosa que la acción de la criatura, pero la fe cree en la acción divina y la ve en todo… La acción de las criaturas es un velo que cubre los profundos misterios de la acción divina… Pero todo lo que sucede en nosotros, alrededor de nosotros, envuelve y encubre la acción divina invisible. Muchas veces, nos sorprende y, cuando reconocemos se presencia, desaparece. Pero, si viésemos a través del velo, si estuviésemos más vigilantes y atentos, Dios se nos revelaría sin cesar y nosotros gozaríamos de su acción en todo lo que nos sucede. Entonces, en cada instante y circunstancia, diríamos: Es el Señor (p. 63).

Por tanto, está claro que el momento presente siempre tiene un mensaje de Dios y es un embajador de Dios. Juan XXIII decía: Debo hacer cada cosa bien hecha, rezar cada oración, cumplir aquel punto del reglamento, como si no tuviera otra cosa que hacer, como si el Señor me hubiera puesto en el mundo sólo para hacer bien aquella acción y mi santificación y mi eternidad dependiera del éxito de ella, sin pensar en las cosas de antes o en las que vendrán .

El cardenal vietnamita Nguyen Van Thuan, que estuvo 12 años prisionero de los comunistas de su país, aprendió a ver la voluntad de Dios en cada momento y hacer todas las cosas con amor. Decía: Tengo miedo de perder un segundo viviendo sin sentido… Cada conversación telefónica, cada decisión que tomo es la cosa más bella de mi vida y debo reservar para los demás todo mi amor y mi sonrisa… Por eso, para ti el momento más bello debe ser el momento presente. Vívelo en la plenitud del amor de Dios. Tu vida es maravillosamente bella, si es como un cristal formado por millones de esos momentos .

Sin embargo, a veces, la voluntad de Dios se manifiesta en acontecimientos adversos y dolorosos. En esos momentos, podemos decir: Dios lo ha querido así. Y decir con amor: Señor, haz de mí y de todas mis cosas lo que te agrade. Que se cumpla tu santa voluntad. Si los serafines comprendieran que la voluntad de Dios era el que se ocuparan por toda la eternidad en amontonar las arenas de las playas y en arrancar las hierbas de los jardines, lo harían de buena gana y con el mayor placer. Y, si tú comprendes que la voluntad de Dios para ti es cocinar todos los días o limpiar la casa o vender caramelos… hazlo con toda alegría, porque así te santificarás mejor que con cualquier otra cosa, aparentemente mejor.



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San Agustín. Pedro Pablo Rubens



Decía san Agustín: La voluntad de Dios es que estés sano, algunas veces; otras, que estés enfermo. Si la voluntad de Dios es dulce para ti, cuando estás sano, y amarga cuando estás enfermo, no eres de corazón perfecto. ¿Por qué? Porque no quieres encauzar tu voluntad a la voluntad de Dios, sino que pretendes torcer la de Dios a la tuya .

San Juan de Ávila le decía a un sacerdote enfermo: Amigo mío, no examinéis lo que haríais estando sano, sino contentaos con ser un buen enfermo todo el tiempo que Dios quiera. Si es su voluntad lo que buscáis, ¿qué os importa estar sano o enfermo?.

Y san Francisco de Sales: Obedezcan, tomen las medicinas y alimentos y otros remedios por amor de Dios... Deseen curar para servirle, pero no rehúsen estar enfermos para obedecerle: y dispónganse a morir, si así le place, para alabarle y gozar de Él... Humíllense de buena gana ante aquellos actos que externamente son menos dignos, cuando sepan que Dios los quiere, porque no tiene importancia que los actos que hacemos sean grandes o pequeños, con tal que se cumpla la voluntad de Dios. Aspiren a menudo a la unión de su voluntad con la de nuestro Señor .

¿Qué quiere decir esto? Que cuando nos sucedan cosas adversas, debemos aceptarlas con amor, como venidas de parte de nuestro Padre Dios. Debemos aceptar las cosas que no dependen de nosotros como el calor, frío, lluvia o escasez. No digamos: ¡Qué calor tan insoportable!, ¡qué desgracia!, ¡qué tiempo tan malo!, pues indicaría que estamos en contra de lo que Dios ha permitido y querido para nosotros. De la misma manera, debemos aceptar resignadamente las enfermedades y hacer uso de los remedios convenientes para curarnos; pero, si no dan resultado, aceptemos los sufrimientos como voluntad de Dios.

Dios está por encima de las causas segundas o de la imprudencia del médico o de otras personas, y Dios lo permite todo por nuestro bien. Job dice:Dios me lo dio, Dios me lo quitó... No dice: Dios me lo dio y el diablo me lo quitó. Todo se hace como agrada a Dios y no al demonio. En todas las cosas hay que remontarse a Dios. Y así evitaremos tanta desesperación o incomprensión.

Jamás pongamos en duda el cuidado amoroso de Dios sobre todo lo que nos sucede. Es como un padre bueno que está pendiente en cada instante de todo lo que nos pasa o de lo que nos pudiera suceder.



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San Agustín en su estudio de trabajo. Sandro Boticcelli



Practiquemos la conformidad con la voluntad de Dios en las pequeñas cosas de cada día: la molestia de un perro que ladra; de la luz, que se apaga; de un olvido que nos incomoda, de una mosca inoportuna; del vestido que se rompe o se ensucia... Unamos nuestra voluntad a la de Dios y digamos como Jesús: Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya.

Algo parecido podemos decir de las desolaciones espirituales. San Juan de la Cruz ha descrito de manera conmovedora los horrores de las noches en las que el alma angustiada parece caminar sola y a tientas, como abandonada de Dios. ¡Cuánta necesidad tiene el alma de confianza en esos momentos y de esperar contra toda esperanza! Si el alma se angustia o se desespera o se inquieta demasiado, impedirá la acción purificadora de Dios, divino cirujano, que quiere cortar todo lo que nos ata al mundo. Cuando nuestra alma parezca más seca que un desierto y no sintamos la presencia ni el amor de Dios, aceptemos su voluntad, porque no puede haber mejor cosa para nosotros que aceptarla.

La más alta perfección consiste en permanecer unidos a la santísima voluntad de Dios. La suma perfección no está en regalos interiores ni en grandes arrobamientos ni en visiones ni en espíritu de profecía, sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios que ninguna cosa entendamos que quiere, que no la queramos con toda nuestra voluntad .

Un alma dispuesta siempre a hacer la voluntad de Dios es como un licor que no teniendo forma propia, adopta la del vaso que lo contiene. Si lo ponemos en cien vasos diferentes, tomará las diferentes formas sin quejarse. Así el alma, es como una bola de cera que se deja moldear a gusto del obrero o como un papel en blanco en el que Dios puede escribir a su gusto.

Y debemos aceptar la voluntad de Dios, incluso en cosas en que no quisiéramos estar de acuerdo. Por ejemplo, en el grado de santidad que Dios quiera para nosotros, aunque nos gustaría otro grado más alto; o en el puesto a ocupar en la sociedad o en la comunidad religiosa. Y lo mismo podemos decir en lo referente al día de nuestra muerte, aunque quisiéramos vivir más años, o al modo de morir. Y así en todas las cosas de la vida. Dejar que Dios realice sus planes en nuestra vida y no imponerle nuestros planes o lo que creemos que sería mejor para nosotros.

Un ejemplo. Un día santa Gertrudis, subiendo a una colina, se resbaló y cayó varios metros hacia abajo. Cuando la rescataron sus compañeras, le preguntaron si había tenido miedo a morir sin sacramentos. La santa les respondió: Mucho deseo morir con sacramentos, pero prefiero morir, haciendo la voluntad de Dios. Otro día, estaba pidiendo la curación de una amiga y Jesús le dijo: Tú me pones en un aprieto, implorándome la curación de tu amiga. Yo mismo le he enviado esta enfermedad y ella la acepta con admirable sumisión a mi voluntad. La estoy preparando para un cielo más hermoso por toda la eternidad .

Incluso, puede ocurrir que Dios permita ciertos males aparentes para nuestro bien. Veamos el caso de san Agustín. Santa Mónica, su madre, se oponía a su partida para Italia, temiendo, como buena madre, que allí podía perderse en su cuerpo y en su alma. Pero Dios lo esperaba en Italia para convertirlo por medio de san Ambrosio.



Ary Scheffe. San Agustín y su madre Mónica


La plegaria cotidiana de santa Mónica era que su hijo se convirtiera y Dios la escuchó; aunque aquellos días previos a su partida a Italia, ella le pedía que no se fuera, y Dios atendió su primera plegaria y no la segunda. Dice san Agustín en el libro de las Confesiones: Apenas logré convencerla de que aquella noche se quedara en un lugar cercano a nuestra nave, donde había una capilla. Y aquella misma noche me escapé a escondidas y ella se quedó en tierra rezando y llorando. ¿Qué era lo que te pedía, Dios mío, con tantas lágrimas, sino que me impidieras zarpar? Pero, en tus elevados designios y escuchando en el fondo su deseo, desestimaste su demanda de momento para hacer de mí aquello que constituía el objeto continuo de sus plegarias" (Conf V, 8,15). Por eso, dice muy bien: Dios es tan bueno que, a veces, no nos da lo que queremos, sino lo que deberíamos querer.

Cuenta Cesareo, prior de Heisterbach, que cierto hermano cisterciense, Aniano de Eberbach, si bien en lo exterior no se diferenciaba de los demás, sin embargo, había llegado a tal grado de santidad que con sólo el contacto de sus vestidos curaba a los enfermos. Maravillado de esto su superior, un día le preguntó cómo obraba tales milagros. Respondió que también él se maravillaba y que no sabía el porqué. Pero ¿qué devociones practicáis?, le dijo el abad. El buen religioso contestó que él nada o muy poco hacía, pero que siempre había tenido gran cuidado de querer únicamente aquello que Dios quería…
Ni la prosperidad, dijo, me levanta, ni la adversidad me abate. Todas mis oraciones tienden a este fin: que su voluntad se cumpla perfectamente en mí.

- Y de los daños, repuso el superior, que el otro día nos ocasionó nuestro enemigo, quitándonos el sustento, dando fuego a la hacienda, donde estaban nuestros cereales y ganados, ¿no sentís ningún resentimiento?
- No, padre mío, respondió él, al contrario, di gracias a Dios por ello, sabiendo que Dios todo lo hace o permite para su gloria y para nuestro mayor bien y así vivo siempre contento por todo lo que sucede.

Después de oír esto, el abad, viendo en aquella alma tanta conformidad con la voluntad divina, ya no se asombró de que hiciera milagros tan grandes .

Una religiosa escribió su aventura de fe así: Un día después de haber visitado al médico, me comunicaron que tenía lepra. Yo traté de estar tranquila, pero algo por dentro me intranquilizaba. No sabía qué sería de mi futuro. La Madre superiora, al otro día, me habló y me llevó a un leprosorio para quedarme a vivir allí. Todos los enfermos que encontré estaban prácticamente abandonados de sus amigos y familiares. Solamente unas religiosas los cuidaban con algunos médicos y enfermeras. El día de mi llegada pregunté a qué hora era la misa. La hermana me respondió con evasivas y comprendí que tampoco tendría la oportunidad de asistir a la misa diariamente.

Cuando vienen algunas de mis hermanas de comunidad a visitarme, quisiera abrazarlas y sentir el calor de su amistad, pero nos separa una barrera: la lepra. Y ello me obliga a mantener una respetuosa distancia. Yo le pido al Señor la gracia de poder morir en mi convento entre los brazos de mis hermanas. Pero, si el Señor lo quiere así, acepto el sacrificio de morir leprosa, en este lugar. Que sea hecha su santa voluntad, lo ofreceré como un martirio del corazón por la salvación de mis hermanos .

En resumen, la santidad consiste en amar a Dios hasta el punto de aceptar sin condiciones en todo momento su santa voluntad. Juan XXIII decía: Mi verdadera grandeza consiste en hacer totalmente y con perfección la voluntad de Dios .
 






4 comentarios:

  1. Gracias Rosita por tan bello y profundo post.

    Bendiciones.

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    1. Gracias a ti, por tu visita. Es muy profundo, es la clave.

      Un beso.

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  2. Gracias Rosita por compartir este texto que es un tesoro.
    Algo para leer y releer; algo para aprender e internalizar

    Un abrazo querida amiga

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    1. Gracias a ti, Clarissa. Es verdad, es para internalizar.

      Un beso.

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