Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste, me pudiste. La palabra de Dios se me volvió escarnio y burla constantes, y me dije: No me acordaré de Él. Pero sentía la palabra dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos.
(Jr 20, 7-9)
- Señor, no soy nada
¿por qué me has llamado?
Has pasado por mi puerta y bien sabes
que soy pobre y soy débil.
¿Por qué te has fijado en mí?
ME HAS SEDUCIDO, SEÑOR, CON TU MIRADA
ME HAS HABLADO AL CORAZÓN
Y ME HAS QUERIDO.
ES IMPOSIBLE CONOCERTE Y NO AMARTE.
ES IMPOSIBLE AMARTE Y NO SEGUIRTE
¡ME HAS SEDUCIDO, SEÑOR!
- Señor, yo te sigo
y quiero darte lo que pides
aunque hay veces que me cuesta darlo todo.
Tú sabes, yo soy tuyo.
Camina, Señor, junto a mí
- Señor, hoy tu nombre
es más que una palabra.
Tu voz hoy resuena en mi interior
y me habla en el silencio.
¿Qué quieres que haga por Ti?
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