viernes, 1 de mayo de 2015

Los valores del espíritu







He querido venir hasta acá, a mis 91 años, porque al igual que todos ustedes vivo angustiado por el destino del mundo. El amargo presente al que nos enfrentamos, exige que nuestras palabras, nuestros gestos, nuestra obra, se consagren, como verdadero cumplimiento de nuestra vocación, a expresar la angustia, el peligro, la incertidumbre, pero también la esperanza, el coraje y la abnegación de la sufriente y heroica humanidad.
En medio de esta tremenda situación, cada hombre y cada mujer están llamados a encarnar un compromiso ético, que lo lleve a expresar el desagarro de miles y miles de seres humanos, cuyas vidas han sido reducidas al silencio a través de las armas, la violencia y la exclusión. Tener una historia, poderla contar y en torno a ella reunirnos, es encontrar un hilo conductor con el que hilvanar los pedazos de la vida que, sin ella, son fragmentos sin contexto, partes de ningún todo.
Occidente, desde la Biblia, ubicó el problema ético, el problema del bien y del mal como origen y centro de su historia. Desde allí el hombre parte hacia la historia que estamos aún recorriendo. La que guarda en la memoria el bien perdido, y la esperanza del bien a recobrar.
Cuando Fausto en la obra de Goethe, busca traducir el comienzo del Evangelio de San Juan, donde se lee “En el principio era la Palabra “, después de mucho pensar, termina encontrando la traducción que considera la correcta para los tiempos que se inician, y escribe “En el principio era la Acción”. Desde entonces la moral intrínseca a ser hombres, lo que genuínamente nos constituye como tales, la pulsión hacia el bien y el mal, esa invitación sagrada expresada como origen de nuestra vida, fue dejada de lado para llevar adelante la acción. Entendiendo por tal, la conveniente a nuestros fines. Y así, con la Biblia en la mano, pero el espíritu fáustico en nuestro corazón y en nuestro obrar, llegamos a todas las regiones del mundo.






Hoy, frente a la tragedia que vive la humanidad, debemos unirnos para recobrar, creándola, una narración que nos incluya como pueblos hermanos del mundo.
Como ustedes saben vengo de un país que pertenece a esta misma tierra americana y que ha caído de la situación de país rico, riquísimo, que yo en mi juventud conocí como la séptima potencia del mundo, a ser hoy una nación arrasada por los explotadores y los corruptos, los de adentro y los de afuera. Nos hemos convertido en un país pobre y una deuda externa extenuante pesa sobre nuestro pueblo.
Que estamos frente a la más grave encrucijada de la historia es un hecho tan evidente que hace prescindible toda constatación. Ya no se puede avanzar por el mismo camino. Basta ver las noticias para advertir que es inadmisible abandonarse tranquilamente a la idea de que nuestros países y el mundo superarán sin más la crisis que atraviesan. Como dijo María Zambrano: “Las crisis muestran las entrañas de la vida humana, el desamparo del hombre que se ha quedado sin asidero, sin punto de referencia de una vida que no fluye hacia meta a1guna y que no encuentra justificación. Entonces, en medio de tanta desdicha surgen los espíritus profundos y visionarios como Buber, Pascal, Schopenhauer, Berdiaev, Unamuno”.






Con ellas, el hombre conquista el poder secular. Pero -y ahí está la raíz de la paradoja esa, conquista se hace mediante la abstracción: desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo ha sido también la historia de las sucesivas abstracciones.
Este es el destino contradictorio de aquel semidiós renacentista que reivindicó su individualidad, que orgullosamente se levantó contra Dios, proclamando su voluntad de dominio y transformación de las cosas. Ignoraba que también llegaría a convertirse en cosa.
Estamos en la fase final de una cultura y un estilo de vida que durante siglos dio a los hombres amparo y orientación. Hemos recorrido hasta el abismo las sendas del humanismo. Y aquel hombre que en el Renacimiento entró en la historia moderna lleno de confianza en sí mismo y en sus potencialidades creadoras, ahora sale de ella con su fe hecha jirones.






Camus decía que cada generación se cree destinada a rehacer el mundo, pero que la nuestra tiene una misión mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga; porque es heredera de una historia corrupta en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, pueden destruirlo todo; en que la inteligencia se ha humillado hasta ponerse al servicio del odio y la opresión. Es imposible no corroborar a diario las palabras de Camus.
Ante la visión de las antiguas torres derruidas, la vida se ha vuelto una inmensa cuesta en alto, Y aunque la fuerza del espíritu nos impulsa a seguir luchando, hay días en que el desaliento nos hace dudar si seremos capaces de rescatar al mundo de tanto desamparo. Sufrimos el quiebre total de una concepción de la vida y del ser humano bajo cuyos valores e ideales surgieron las sociedades modernas. Una concepción de la vida que desplegó su ánimo en la conquista. No solo lo hizo en las ciencias, descartando antiguas sabidurías y a sus mitos, sino también conquistando todas las regiones del mundo.
Ahora, las terribles consecuencias están a la vista. El sufrimiento de millones de seres humanos está permanentemente delante de nuestros ojos, por más esfuerzo que hagamos por cerrar los párpados. Veinte o treinta empresas internacionales tienen el dominio del planeta en sus garras. Continentes enteros en la miseria junto a altos niveles tecnológicos, posibilidades de vida asombrosas a la par de millones de hombres desocupados, sin hogar, sin asistencia médica. Diariamente es amputada la vida de miles de hombres y mujeres; de innumerable cantidad de adolescentes que no tendrán ocasión de comenzar siquiera a entrever el contenido de sus sueños.






Debemos volver a dar espacio en el alma de los pueblos, la honestidad, el respeto por los demás, la búsqueda del sentido sagrado de la vida. Nuestra sociedad se ha visto hasta tal punto golpeada por el materialismo su espíritu ha sido corroído de tal manera por la injusticia y la frivolidad, que se vuelve casi imposible la transmisión de valores a las nuevas generaciones. ¿Cómo vamos a poder transmitir los grandes valores a nuestros hijos, si en el grosero cambalache en que vivimos, ya no se distingue si alguien es reconocido por héroe o por criminal? Y no piensen que exagero.
La verdadera obscenidad es que los chicos vean, a través de la televisión, de qué manera honrosa se trata a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes. Y no me refiero sólo a los chicos de los países pobres, sino a todo hijo de hombre. ¿Cómo vamos a poder educar a los chicos que crecen en la abundancia, mirando las caritas de las criaturas con hambre? Para educarlos habrá que ponerles orejeras, hacerles olvidar los valores que hacen a la fraternidad de los hombres, y llenarles el alma con toneladas de informática y actividades, o simulacros de luchas por el bien común.






Como centinelas, cada hombre ha de permanecer en vela. Porque todo cambio exige creación, novedad. Si confesamos que todos tenemos una responsabilidad en lo que está sufriendo la humanidad, esto significa que en un momento no hicimos lo que pudimos haber hecho. Hoy habremos de comprometernos tan hondo como para que lleguemos a expresar la frase de Kafka que dice: “Hay momento, del camino desde el que ya no se puede volver atrás; lo importante es llegar a ese momento”. El “sálvese quien pueda” no sólo es inmoral, sino que tampoco alcanza.
Esta es una hora decisiva. Sobre nuestra generación pesa el destino, y es ésta nuestra responsabilidad histórica. Y no me refiero a un país en particular, es el mundo el que reclama ser expresado para que el martirio de tantos hombres no se pierda en el tumulto y en el caos, sino que pueda alcanzar el corazón de otros hombres, para repararlos y salvarlos. La falta de gestos humanos genera una violencia a la que no podremos revertir con el uso de armas; únicamente un sentido de la vida más fraterno lo podrá sanar. Debo confesar que durante mucho tiempo creí y afirmé que éste era un tiempo final.
Y así, en medio del miedo y la depresión que prevalece en este tiempo, irá surgiendo, por debajo, imperceptiblemente atisbos de otra manera de vivir que busque, en medio del abismo, la recuperación de una humanidad que se siente a sí misma desfallecer. La fe que me posee se apoya en la esperanza de que el hombre, a la vera de un gran salto, vuelva a encarnar los valores trascendentes, eligiéndolos con una libertad a la que este tiempo, providencialmente, lo está enfrentando.





Aunque todos, por distintas razones, alguna vez nos doblegamos, hay algo que no falla y es la convicción de que, únicamente, los valores del espíritu pueden salvarnos de este gran terremoto que amenaza a la humanidad entera. Necesitamos ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre.
Es el deseo de convertir la vida en un terruño humano. Tenemos que abrimos al mundo, porque es la vida y nuestra tierra la que está en peligro. No hay ningún lugar del mundo que pueda considerar que el desastre ocurre afuera. Y no podemos hundirnos en la depresión, porque es de alguna manera un lujo que no pueden darse los padres de los chiquitos que padecen el hambre.
El tremendo estado de desprotección en que se halla arrojada la infancia, nos muestra un tiempo de inmoralidad irreparable. Para todo hombre es una vergüenza, un verdadero crimen, que existan doscientos cincuenta millones de niños explotados en el mundo. Quiera Dios que sean ellos, estos pequeños chicos abandonados que nos pertenecen tanto como nuestros propios hijos, quienes nos abran a una vida humana que los incluya.


Ernesto Sábato, conferencia pronunciada en la Conferencia de la Paz celebrada en la ciudad de La Paz , Bolivia, el 3 de octubre 2003.






4 comentarios:

  1. Mi querida Rosa, angustiadas gritan nuestras voces ante tanta desidia, nuestro mundo está en una grave crisis, pero ¿Alguna vez ha dejado de estar en crisis?
    El bien y el mal, siempre están enfrentados y usamos la palabra ética sin ver que es una cuestión de moral, donde hemos dejado ser humanos para ser más bien peor que los animales.
    No dudo que seguiremos para luchando con todas las armas que Dios nos da, hasta conseguir un día la victoria ¡Justicia!
    Un gran post amiga
    Te dejo un gran beso de ternura

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    1. Sí, es una cuestión de moral, de pérdida del sentido sagrado de la vida y de los valores trascendentes. Seguiremos luchando, Dios siempre está, querida amiga.

      Un beso de ternura también para ti.

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  2. Una entrada para releerla y meditarla despacio y tomar decisiones.
    Gracias Rosa.

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    1. Sí, es una buena reflexión.

      Gracias a ti, Tracy.

      Un beso fuerte.

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