Emmanuelle Brisson
Amar es un vacío,
un llevar en las manos
el temblor de estar solo
mirando las estrellas,
un saberse una pluma
movida por la brisa
y olvidarse que el miedo
hizo en ti su morada
y arrumbar en lo oscuro
los planes ya trazados
y dejar que tu alma
llore a solas lo absurdo
que es estar y no estar.
Amar es un insólito
querer ser lo imposible,
derrotar los deseos,
recomponer el mundo
a trozos de ilusiones,
arrimar a las rosas
la eternidad rompiente
y regar con ausencia
la cuna de la noche
donde acecha el dolor.
Amar no es el anhelo
de vivir la primicia
de un ser entre los brazos
o llevar de la brida
el feliz yo caliente,
o andar con un espejo
de un tú mismo mejor.
Ni pensar que ya es tuyo
el ser que has aprehendido,
ni pregonar al mundo
desde un tú apuntalado,
ni reírse del salto
que el otro no ha querido,
ni poner a tus ojos
parcelas por el mundo
con un cartel: “No entrar”.
Amar es un perderse
en la noche estrellada
y saber que hace tiempo
has dejado de ser.
Es flotar sin un norte
por el mar de tu alma
y mañana ¡quién sabe!
no saber, no saber…
Amar es estar solo
con todo en compañía
y morir de vivirse
tan lleno del presente,
canción de un gran vacío
de lo amado que nace
en llamas del recuerdo
y el grito de un instante
que es, que fue, que apenas
vuela en lo casi perfecto
en la luz que no ha sido.
Amar no tiene nombre,
quizás sólo la noche
que queda si has querido
al borde de la orilla,
una huella en la playa
que dejaste al pasar
y ser mar en la mar.
Pedro Miguel Lamet
Schoenberg: Noche transfigurada.
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