lunes, 13 de abril de 2015

Démonos prisa

 
 
 
Adrián Gómez Guzmán
 
 
“Yo, un sacerdote, creo en Dios como lo haría un niño”.

 
 
Démonos prisa a amar, la gente se va tan pronto,
sólo dejan tras ellos sus zapatos y un teléfono mudo.
 
Sólo lo fútil se arrastra pesadamente,
lo importante es tan veloz que sucede de repente
y luego un silencio normal y por eso insoportable,
como la pureza nacida del más simple desconsuelo,
cuando pensamos en alguien y nos quedamos sin él.
 
No estés tan seguro de tener tiempo, lo seguro es inseguro,
nos quita lo sensible como toda dicha,
llega simultáneamente como el humor y lo solemne,
como dos pasiones siempre más débiles que una.
 
Desaparecen tan pronto como calla el tordo en julio,
como un sonido algo torpe o como una sorda reverencia.
 
Para ver de verdad cierran los ojos,
aunque es más arriesgado nacer que morir.
 
Amamos siempre poco y demasiado tarde.
 
No escribas sobre esto con frecuencia,
sino de una vez por todas
y serás como un delfín bondadoso y fuerte.

Démonos prisa a amar, la gente se va tan pronto
y los que no se van, no siempre vuelven
y al hablar de amor nunca se sabe si el primero
es el último o el último el primero.
 
 
Jan Twardowski
 
 
Jan Twardowski fue un destacado poeta y sacerdote polaco. Su obra es de una intensa espiritualidad, inspiradora para las generaciones posteriores de escritores.
Según Aleksandra Iwanowska, conocida especialista y editora de sus textos, estos poemas «traen una sonrisa y la paz de la fe a este final de siglo [...] No distinguen entre creyentes y no creyentes. En el mundo de Twardowski cualquiera puede sentirse cómodo».
 
"Resulta que en nuestro mundo actual las obras de los autores más apreciados están contaminadas por la desesperación, por la falta de fe, por el materialismo, por lo posmoderno", dice Jan Twardowski (1915-2006). Su poesía es un canto a todo lo contrario: a la esperanza, la fe y el amor.

Y, para añadir, el humor:

En la cola hacia el Cielo

¡Calma, no tan rápido!;
 ¡por favor, no empujen!;
 primero hay que parecer santo sin serlo;
 seguidamente, ni serlo, ni parecerlo;
 después, serlo de tal modo que sea imposible advertirlo;
 y sólo por último,
 el santo terminará por asemejarse a un santo.

  
“El Omnipotente, cuando ama, sabe ser el más débil”, nos dice.


“Cuando no seas querido,
 no esperes en reciprocidad
 rosas y una llamada;
 no gimas, no solloces.
 Lo que más importa justamente
 es que seas tú quien ame”.

 
 
Y el último, muy sugerente, Desesperación:

¡Pobre desesperación, íntegro monstruo!
 Aquí te atormentan terriblemente:
los moralistas te ponen la zancadilla,
 los ascetas te dan patadas,
 los médicos recetan pastillas
 para que te marches,
 te tildan de pecado…
Y sin embargo, sin ti yo acabaría sonriendo sin parar,
 como un lechón bajo la lluvia,
 caería embelesado cual ternero,
 me volvería inhumano,
aterrador como un drama sin actores,
 inmaduro frente a la muerte,
 solo en mi propia compañía.
 
 
Fue uno de los poetas preferidos de san Juan Pablo II.
Que tengáis una buena semana.
 
 


 

2 comentarios:

  1. No sé... esos versos tan entusiastas dentro del dolor incluso me parecen tan ajenos a todo lo que yo percibo...
    Bueno, cada uno con lo suyo.

    Besos.

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    Respuestas
    1. ¿Ajenos a lo que tú percibes?, ay Toro, si percibes ¡¡¡muchísimo!!!, yo lo percibo tanto y tanto en ti.... bueno, tú vete preparándote para la cola del cielo, este poema tiene muchísimaaaaa migaaaaaa....
      Cada uno con lo suyo, jajaja, como si no fuera tuyo igual, exactamente igual....

      Besos, Toroluzzzzz....

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