martes, 9 de abril de 2019

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Me regalaron un libro de poemas
escrito por un novicio durante su estancia
en un monasterio trapense.
Había que fijarse en el silencio,
la forma en que era descrito,
acentuado
en contraste con el ruido de la ciudad
más allá de los muros del monasterio.
También hablaba de la soledad,
de su propio silencio
frente a las voces de sus hermanos frailes
en tantas horas de coro o en el bosque
cortando madera.
Había que empaparse de aquel silencio,
sacar fruto de aquella soledad,
de la resurrección de las cigarras por Pascua
y de preguntarse para quién cantan los machos
si las hembras son mudas y sordas,
de la llegada de la primavera al cementerio trapense,
del hidrógeno que somos, del olor
a tierra y hojas mojadas por la lluvia,
de las bandadas de patos
que cruzan la madrugada gritando
hacia lagunas del Sur, del rumor
de tractores en los prados,
de los ciruelos rosados en flor y los coches que pasan
con risas de muchachas, de la nieve,
de un disparo en el bosque,
de los insectos,
del interminable tren de mercancías
que se oye venir en la noche y el perro que ladra
bajo la misma oscuridad y los neones de publicidad
encendiéndose y apagándose mientras tanto.

El libro ha sido mi monasterio; el silencio,
mi maestro; la soledad, mi noviciado.
Y en todo este tiempo, el pensamiento de ser
contra la adversidad
ha prosperado por encima del resto,
como el silencio por encima del ruido.


José Alcaraz, Gethsemani, Ky







8 comentarios:

  1. Creo mucho en el silencio, aunque parezca mentira.

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    1. No me parece mentira, Tracy.
      Llevamos muchos años juntas.
      Se nota y lo sé por muchas cosas compartidas.

      Un beso muy fuerte.

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  2. Hermoso poema en honor al silencio, tan necesario y tan reparador.
    Libros y silencio, una buena unión.
    Besosssss

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  3. La última estrofa es una delicia.
    El poema en sí mismo, lo es.
    Silencio... tan necesario. Lo amo.

    Besos, querida Rosa.

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