sábado, 20 de agosto de 2011

Benedicto XVI con los jóvenes y...con todos








La llegada a Madrid del Papa con motivo de la Jornada de la Juventud (JMJ), ha reunido aproximadamente a un millón de personas de todos los continentes. Tal capacidad de convocatoria no es fortuita. La Iglesia, en su quehacer diario, en su quehacer callado, va sembrando en todos los rincones el Mensaje de esperanza de Cristo. El Papa y todos los congregados le han hecho "resonar" en un clima de absoluto recogimiento. Se palpaba la emoción, se palpaba la fe. De ahí su capacidad de convocatoria.
En estos tiempos difíciles en los que "ser Iglesia", ser cristiano, no parece (solo parece) que está "de moda", el Papa ha llamado a todos los fieles a:
 "no avergonzarse de su fe"
 En particular, se ha dirigido a los jóvenes para que busquen la Verdad, que :
 "no es una idea, una ideología o un slogan, sino una Persona, Cristo, Dios mismo que ha venido entre los hombres".
No se puede decir más con menos palabras.

No faltaron alusiones firmes en su defensa de la vida:
 "Hay muchos que creyéndose dioses piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto, decidir quien es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias".

Hoy, día 19 he contemplado el Vía Crucis a través de la televisión. Me ha sobrecogido (¡qué pena no poder estar en Madrid!). Todos los asistentes en absoluto silencio; un millón de personas en un silencio lleno de emoción, un silencio "sonoro". Cada mirada, cada expresión, cada paso procesional (entre ellos la hermosa talla del Nazareno de León); devoción en cada rincón. Portando la cruz a semejanza de Cristo, grupos de jóvenes, cada uno cargando con "su cruz" particular, en representación de todas las razas, marginados sociales por distintos motivos, estudiantes... Todos estaban y estábamos allí, creyentes y, seguramente, también no creyentes, a los que el Papa el día anterior deseó que:
"el mensaje de esperanza de Cristo tenga eco también en el corazón de los que no creen o se han alejado de la Iglesia".
Para cada grupo el ejemplo de Cristo camino de la cruz, llevando a cuestas todos los males y pecados del mundo.. 

La mirada del Papa era indescriptible, bañada de la más absoluta humildad y recogimiento.

Vemos que para convocar en masa, no hace falta ofrecer bocadillos y viajes gratis para acompañar unas siglas determinadas, ni tampoco diversión a raudales (muchos peregrinos han estado reunidos, divirtiéndose también, ¡claro que sí!, pero no han dado un ruido). Se palpaba el trabajo, la gratitud, la fe de millares de personas, laicos y eclesiásticos conjuntamente, que, en la medida de sus fuerzas, de sus capacidades, se movían no por una idea, sino por una creencia. Son las creencias las que mueven realmente el mundo, no las ideas.
Esta labor es la que hace la Iglesia calladamente, a diario, y que, en días como hoy, parece que "resuena" con más fuerza. Pero no es labor de un día, es labor constante.
 Sin la Iglesia no sólo el mundo no sería mejor, sino que, simplemente, no sería.
Un Vía Crucis profundamente humano y divino.

Y termino con estas palabras rotundas, claras, cargadas de esperanza que el Papa dirigió a los jóvenes:
  "Con todas las fuerzas de mi corazón, deseo que nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor". 

Gracias Santo Padre, y gracias a todos los que, de alguna manera, habéis participado en estos actos.