Para no olvidar estas palabras del Papa Francisco en su Evangelii Gaudium:
Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo, se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan: "Lo que vosotros adoráis sin conocer es lo que os vengo a anunciar" (He 17,23). A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones: "El misionero está convencido de que existe ya en las personas y en los pueblos, por la acción del Espíritu, una espera, aunque sea inconsciente, por conocer la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre el camino que lleva a la liberación del pecado y de la muerte. El entusiasmo por anunciar a Cristo deriva de la convicción de responder a esta esperanza" (1).
El entusiasmo evangelizador se fundamenta en esta convicción. Tenemos un tesoro de vida y de amor que es lo que no puede engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor.
Pero esta convicción se sostiene con la propia experiencia, constantemente renovada, de gustar su amistad y su mensaje. No se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos. El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie.
Papa Francisco, Evangelii Gaudium, La alegría del Evangelio, 265,266
(1) Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 45:AAS 83 (1991), 292.
Espectacular!!!
ResponderEliminarBendiciones,mil gracias por tan hermosa entrada.
Gracias a ti, por tu compañía.
EliminarUn beso.
El Evangelio debería ser libro de mesita para todos, para no olvidar, para entender, para volver a creer, para aprender, para conocer, para amar, para defender... a Jesús. Un abrazo
ResponderEliminarAsí es.
Eliminar¡Un abrazo!, releante.
Así es Rosa, palabras que no hay que olvidar. La verdad es que el Papa Francisco llena corazones. Bueno amiga, me despido ya hasta después de Semana Santa, así que un fuerte abrazo y hasta la vuelta.
ResponderEliminarEs verdad, es muy cercano y muy claro.
EliminarTe deseo una muy buena Semana Santa en ese ambiente entrañable y lleno de fe que tan detalladamente nos describes.
Un abrazo, Pepe.