Ha venido una amiga, poeta alegre y bondadosa, ha traído con ella un ramo diferente de flores para mí desconocidas; blanco, lila, morado, con fucsia y amarillos.
Acude a la memoria algo que siempre has dicho: “importa la belleza, el gozo del instante que la mirada acoge y quedará en nosotros”.
Tras el impás del “sueño” con la poeta sigo, tras sus versos cantados, y susurrando el nombre de las flores.
El Miserere—también llamado Miserere mei, Deus— es una composición creada por Gregorio Allegri en el siglo XVII durante el pontificado del papa Urbano VIII. Se trata de la musicalización del salmo 50 (51), llamado Miserere, también conocido como el Salmo de David en el Antiguo Testamento, donde el rey David, ante el profeta Nathan, pide perdón a Dios por el pecado que cometió con Bethsabé, texto poético que comienza, en la Vulgata de san Jerónimo (traducción al latín de la Biblia hebrea y griega), con el verso Miserere mei, Deus (“Ten piedad de mí, oh Dios”).
Es un himno litúrgico de gran tradición en la iglesia cristiana. A lo largo de la historia se han escrito diversas partituras sobre este pasaje bíblico, pero el más conocido fue el de Gregorio Allegri.
Se trata de una serie de secuencias para coro de nueve voces, al estilo de la polifonía renacentista, intercaladas con párrafos gregorianos.
Agostino Fasolato (1714-1787), La caída de los ángeles rebeldes, c.1750,
Palazzo Leoni Montanari, Vicenza, Italia
La obra consta de 60 figuras individuales, esculpida en un solo bloque en mármol de Carrara, de 160 cm de alto y 80 cm de ancho, y es la representación ideal de los ángeles rebeldes expulsados al infierno por el arcángel Miguel que, en lo alto de una pirámide formada por demonios, blande su espada y los hace girar hacia abajo, protegidos del escudo con las palabras "Quis ut deus" grabadas.
La batalla entre el bien y el mal representada, respectivamente, capitaneada por el arcángel Miguel y Satanás, como se describe en el Apocalipsis de san Juan.
Después de revelarme las verdades de la vida presente y sus miserias la que lleva mi mente al paraíso, igual que aquel que ve, sin esperársela, la llama de una antorcha a sus espaldas al verla reflejada en un espejo, y se vuelve y comprueba que la imagen le dice la verdad y que concuerda como una nota con una melodía, así me dice la memoria que hice cuando me volví a ver los bellos ojos con los que Amor me urdió y tendió su lazo.
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Poscia che 'ncontro a la vita presente
d'i miseri mortali aperse 'l vero quella che 'mparadisa la mia mente,
come in lo specchio fiamma di doppiero
verde colui che se n'alluma retro,
prima che l'abbia in vista o in pensiero,
e sé rivolge per veder se 'l vetro
li dice il vero, e vede ch'el s'acorda
con esso come nota con suo metro;
cosi la mia memoria si ricorda
ch'io feci riguardando ne' belli occhi
onde a pigliarmi fece Amor la corda.
Dante, Divina Comedia (Paraíso XXVIII), trad. José María Micó
Corriendo van por la vega A las puertas de Granada Hasta cuarenta gomeles Y el capitán que los manda. Al entrar en la ciudad, Parando su yegua blanca, Lo dijo éste a una mujer Que entre sus brazos lloraba: -Enjuga el llanto, cristiana, No me atormentes así, Que tengo yo, mi sultana, Un nuevo Edén para ti. Tengo un palacio en Granada, Tengo jardines y flores, Tengo una fuente dorada Con más de cien surtidores. Y en la vega del Genil Tengo parda fortaleza, Que será reina entre mil Cuando encierre tu belleza. Y sobre toda una orilla Extiendo mi señorío; Ni en Córdoba ni en Sevilla Hay un parque como el mío. Allí la altiva palmera Y el encendido granado, Junto a la frondosa higuera Cubren el valle y collado. Allí el robusto nogal, Allí el nópalo amarillo; Allí el sombrío moral Crecen al pie del castillo. Y olmos tengo en mi alameda Que hasta el cielo se levantan, Y en redes de plata y seda Tengo pájaros que cantan. Y tú mi sultana eres; Que desiertos mis salones, Está mi harén sin mujeres, Mis oídos sin canciones. Yo te daré terciopelos Y perfumes orientales, De Grecia te traeré velos, Y de Cachemira chales. Y te daré blancas plumas Para que adornes tu frente, Más blancas que las espumas De nuestros mares de Oriente; Y perlas para el cabello, Y baños para el calor, Y collares para el cuello; Para los labios.... ¡amor!- -¿Qué me valen tus riquezas, Respondióle la cristiana, Si me quitas a mi padre, Mis amigos y mis damas? Vuélveme, vuélveme, moro, A mi padre y a mi patria, Que mis torres de León Valen más que tu Granada.- Escuchóla en paz el moro, Y manoseando su barba, Dijo, como quien medita, En la mejilla una lágrima: -Si tus castillos mejores Que nuestros jardines son, Y son más bellas tus flores, Por ser tuyas, en León, Y tú diste tus amores alguno de tus guerreros, Hurí del Edén, no llores, Vete con tus caballeros.- Y dándola su caballo Y la mitad de su guardia, El capitán de los moros Volvió en silencio la espalda.
José Zorrilla (1817-1893)
La Historia del Reino de León: El nacimiento
La gloria de los reyes (de León) en el pórtico de la Gloria (de Compostela)