Anatole France decía que una obra de arte nunca se acaba, que está siempre creciendo y en movimiento, con una dinámica creadora y reflexiva. Ante la imposibilidad de terminarla y hacerla perfecta se la deja, aunque a los ojos del creador todavía esté necesitada de su protección. Abandonada, llega a otros ojos, a otras manos, a otro corazón, y estos la acogen y la hacen suya. Y, a su manera, la vuelven a adaptar a sus necesidades, a sus deseos, a sus esperanzas, a sus miedos y a sus sombras. Pero la obra sigue creciendo en ellos y, aunque sea la misma que salió del corazón del escritor, ya no es la misma.
UNO, para vivir, precisa sólo
amar, o bien saber que ha sido amado.
Uno, para escribir, ha de tener
sus cuentas con los vivos y los muertos.
Uno tiene el deber de amar el mundo
por los que están, por quienes han estado.
Antonio Moreno
Juan Sebastian Bach: Harpsichord Concerto No.1 in D Minor BWV 1052