En el joyero Tiffany's se marchita una joven rosa de Jericó. Sólo al costado mismo de la muerte comienzan su plenitud las rosas tras la ruptura última del quicio de la sed.
Nuestras naves no han regresado de Vinlandia. El paso de San Gotardo está por cruzar. Habrá que burlar la guardia del desierto de Thor, abrir camino hasta el centro de Varsovia por las alcantarillas, buscar acceso al rey Haraldo el Pella y esperar la caída del ministro Fouché. Sólo en Acapulco volveremos a empezar.
Se nos ha agotado la reserva de vendajes, de fósforos, argumentos, prensas hidráulicas y agua. No tenemos camiones ni el apoyo de los Ming. Con este jamelgo no sobornaremos al sheriff. Por ahora, sin noticias de los cautivos del Khan. Nos urge una nueva cueva más cálida para el invierno y alguien que conozca la lengua harari.
No sabemos quién en Nínive es de confianza, qué condiciones propondrá el cardenal duque, qué nombres yacen aún en el cajón de Beria. Dicen que Carlos Martel atacará mañana. Así las cosas, aplaquemos a Kéops, alistémonos voluntarios, cambiemos de religión, finjamos ser los amigos del dux y no tener relación alguna con la tribu de Kwabe.
Se acerca la hora de encender las fogatas. Mandemos aviso telegráfico a la abuela de Zabierzów. Desanudemos las correas de la yurta.
Ojalá el parto sea fácil y el niño crezca sano. Que sea a veces feliz y salve a saltos los abismos. Que su corazón tenga aguante y su mente vigile y alcance a ver lejos.
Pero no tan lejos como para ver el futuro. Ahorradle este don, poderes celestiales.