Vamos a relatar la rebelión que se produjo en tierras zamoranas en el siglo XII.
Se considera una leyenda, pero refleja una realidad política, una cadena de amotinamientos del pueblo contra los nobles durante esta época medieval.
La leyenda dice así:
El Rey Fernando I, mediante un fuero, instaura que los bienes comunales, la justicia y el orden de la ciudad, quedaban en manos de hombres elegidos por el pueblo, a lo que se oponían los nobles. Benito el Pellitero, plebeyo, se convierte en líder en la defensa del pueblo. Benito regenta un pequeño negocio de pieles que comparte con su hijo Pedro. Pedro estaba enamorado de una joven hidalga, Inés, hija del hidalgo Don Gómez Álvarez de Vizcaya, el cual menospreciaba a los plebeyos. Benito recomendaba a su hijo que no pretendiera a Inés, pues pertenecían a distinto estamento social.
Una de las injusticias que el pueblo no aceptaba era que los criados, los despenseros de los nobles, podían comprar en el mercado hasta las 9 de la mañana, hora en que sonaba una campana y los plebeyos podían entrar en el mercado para poder comprar lo que los despenseros habían dejado.
Trucha sanabresa
Pues bien, en el invierno del año 1158, Pedro, guardando las normas descritas, se dirige a las 9 de la mañana al puesto de un pescadero amigo suyo, que le ofrece una magnífica trucha sanabresa. En este momento, aparece el despensero de Don Gómez Álvarez exigiendo, aunque fuera de hora, la trucha para su señor. Comienza una discusión y el criado, además, se burla de las pretensiones de Pedro sobre su ama. Pedro pierde la razón y clava una daga en el corazón del criado. El pueblo se acalora y levanta en hombros a Pedro por haberse atrevido a poner justicia frente a los nobles.
Don Gómez Álvarez se entera de los hechos y da cuenta al Justicia Mayor pidiendo venganza. Fueron arrestados Pedro y los que le alzaban en hombros. Al día siguiente, en la Iglesia de San Román (hoy Santa María la Nueva), se celebraba el consejo de hidalgos, presidido por Don Ponce de Cabrera, y los nobles piden que se corten los derechos que el fuero del Rey otorgaba a los plebeyos. El pueblo, al saber las decisiones del consejo, rodea la Iglesia y la quema con todos los nobles dentro. Sólo Ponce de Cabrera pudo huir, pero la muchedumbre le dio muerte. Queman también la cárcel y liberan a los hombres apresados por los nobles, entre ellos Pedro. El motín se expande y llega a la casa de Don Gómez Álvarez de Vizcaya, a la que prenden fuego. Inés pide ayuda desde un ventanal y Pedro entra a rescatarla. Ambos se salvan. Pedro, al ver lo que había sucedido, para expiar su culpa, decide renunciar a Inés, y ésta ingresa en la comunidad de las Dueñas.
El pueblo pide clemencia al Rey, que los perdona bajo dos condiciones: reedificar la Iglesia a su costa y acudir al Papa Alejandro III para que los impusiese penitencia.
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