Atención a este graffiti, pintado sobre un muro:
Soy el hombre roto.
Porque teniendo memoria, elegí la amnesia …
Porque siendo testigo, negué haber estado …
Porque tendí mi mano, pero no la abrí …
Porque prometí, sabiendo que no cumpliría …
Porque me negué a soñar despierto …
Porque tuve miedo al miedo …
Porque conocí el mundo para no conocerme …
Porque no me atrevía morir de amor …
Porque me doblé en vez de romperme …
Porque no hice lo necesario … por eso ... soy el Hombre Roto.
La otra cara de la moneda la tenemos en esta anécdota real:
Cuentan que un gran santo contemporáneo dedicaba su día, a innumerables actos de amor y de caridad, que llenaban prácticamente todas sus horas. Tanta era su dedicación que, prácticamente, todos los que le rodeaban estaban lógicamente preocupados por su salud, ante tanto trabajo, físico, psíquico y espiritual. Así, uno de aquellos, no tardó en preguntarle:
- ¿Está cansado?
La respuesta fue tan sencilla como inesperada.
- No lo sé, no me doy cuenta.
Y es que cuando uno gasta su vida dando Amor, aunque la carne es débil, Dios otorga el añadido, que hasta es capaz de saltarse el cansancio a la torera.
Cuando esto ocurre, ya nunca más hay “hombres rotos” sino hombres nuevos, ascendidos, inmortales… ¡plenos ...!
Como el modelo: