Peces en cerámica roja (Museo del Louvre)
Para los griegos el placer de comer debía ser simple. Comían muy bien, no en vano, a ellos les debemos la llamada dieta mediterránea. Su alimentación, sobre todo hasta la época helenística, debía ser frugal, y se componía de pan, pasteles, frutas, legumbres, carne, pescado, huevos y queso, muy variada. El pescado era considerado como un alimento exquisito.
Uno de los alimentos esenciales de la civilización griega eran los higos. Además de varias leyendas griegas en las que se atribuye el conocimiento del higo a los dioses (Deméter, Bachus). Todos los habitantes de la antigua Atenas, incluyendo Platón, eran “philosykos”, que significa “amigo del higo”.
Esta fruta también fue el manjar predilecto de Platón, de hecho, se le conoce como la fruta de los filósofos.
Un puñado de higos frescos o secos constituía una comida muy nutritiva a la que se añadía, si se podía, leche cuajada con zumo de higos o tortas. «Alimento de atletas por excelencia», dirá Platón.
Consideraba que los higos aumentaban la inteligencia.
John William Waterhouse. Diógenes
Otro filósofo amante de los higos fue Diógenes de Sínope. Diógenes no era amigo de los filósofos, y especialmente despreciaba a Platón.
Dicen que una vez estaba Diógenes comiendo unos higos y que llegó Platón. Diógenes le dijo: "Puedes participar", y Platón se los comió.
Riéndose de él, Diógenes le dijo que no le había invitado a que se los comiera, sino a participar en la idea de higo ( en lo inmaterial, en la esencia, pero en ningún caso en el higo en sí).
Sin embargo, la búsqueda gastronómica se tomaba como un signo de decadencia. El pensamiento filosófico griego no muestra demasiada atención a la gastronomía. Así, en la época clásica, ya Platón alude al menosprecio de los filósofos por lo culinario:
"La retórica sirve a la justicia lo que la culinaria es a la medicina". (Diálogo de Gorgias)
Una especie de engaño; veamos el fragmento del Diálogo de Gorgias, en el que explica sus ideas sobre la cocina, a través de Sócrates:
POLO. - Acepto la proposición. Respóndeme Sócrates, puesto que Gorgias se muestra embarazado para explicar qué es la retórica, dinos lo que piensas de ella.
SÓCRATES. - ¿Me preguntas qué clase de arte es en mi opinión?
POLO. - Sí.
SÓCRATES. - A decir verdad, Polo, no la considero un arte.
POLO. - ¿Entonces?
SÓCRATES. - Considero que es una cosa que tú mismo te jactas de haber reducido a arte, en un escrito que hace poco he leído.
POLO. - ¿Pero qué cosa?
SÓCRATES. - Una especie de rutina.
POLO. - ¿Luego a tu juicio la retórica es una rutina?
SÓCRATES. - Sí, a no ser que pienses de otro modo.
POLO. - ¿Y cuál es el objeto de esta rutina?
SÓCRATES. - Procurar el recreo y el placer.
POLO. - ¿No crees que la retórica es una cosa bella, puesto que capacita para agradar a los hombres?
SÓCRATES. - Pero, Polo ¿te expliqué qué es la retórica para que vengas después a preguntarme, como lo haces, si la considero bella?
POLO. - ¿No te oí decir que es una especie de rutina?
En su obra El Banquete nos relata que Sócrates no acudió a cenar, que llegó después para asistir a la conversación.
Banquete
La cocina estaba en relación con el placer del cuerpo no con el intelecto. Conceptos y cocina no parece que fueran compatibles para Platón.
Parafraseando a Lupercio Leonardo Argensola :
"(...) bien se puede filosofar y aderezar la cena".
SÓCRATES. - Puesto que tanto mérito tiene a tus ojos causar placer, ¿querrías proporcionarme a mí uno, aunque sea pequeño?
POLO. - Con gusto.
SÓCRATES. - Pregúntame por un momento si considero la cocina como un arte.
POLO. - Estoy de acuerdo. ¿Qué arte es la cocina?
SÓCRATES. - No es arte, Polo.
POLO. - ¿Qué es? Dilo.
SÓCRATES. - Voy a decírtelo. Es una especie de rutina.
POLO. - ¿Cuál es su objeto?
SÓCRATES. - El siguiente, mi querido Polo, procurar el bienestar y el placer.
POLO. - ¿La cocina y la retórica son lo mismo?
SÓCRATES. - Nada de eso; pero ambas forman parte de la misma profesión.
POLO. - ¿De qué profesión, quieres decirlo?
SÓCRATES. - Temo que sea una grosería decir lo que es, y no me atrevo a hacerlo por Gorgias, pues me da miedo que se imagine que quiero poner en ridículo su profesión. Yo ignoro si la retórica que Gorgias profesa, es la que yo imagino, sobre todo porque la precedente disputa no ha dejado ver claramente lo que piensa. En cuanto a lo que yo llamo retórica, es parte de cierta cosa que no tiene nada de bella.
GORGIAS. - ¿De qué cosa, Sócrates? Habla y no temas que me ofenda.
SÓCRATES. - Me parece, Gorgias, que es cierta profesión en la que el arte no entra para nada, pero que supone en el alma tacto, audacia y grandes disposiciones naturales para conversar con los hombres. Yo llamo adulación al género en que ella está comprendida; género que me parece está dividido en no sé cuántas partes, una de las cuales es la cocina. Se cree comúnmente que es un arte, pero a mi parecer no lo es; sólo es una costumbre, una rutina. Cuento también entre las partes de la adulación a la retórica, así tomo el orador y el arte del sofista; y atribuyo a estas cuatro partes cuatro objetos diferentes. Ahora, si Polo quiere interrogarme, que lo haga, pues aún no le he explicado qué parte de la adulación es, en mi juicio, la retórica. No se hace cargo de que no he acabado de responder, y como si hubiera concluido, me pregunta si considero bella a la retórica. Yo no le diré si la tengo por bella o por fea mientras no le haya dicho lo que es. Ni estaría en el orden otra cosa, Polo. Pregúntame, pues, si quieres saber qué parte de la adulación digo que es la retórica.
POLO. - Sea así. Te lo pregunto, ¿qué parte es?
SÓCRATES. - ¿Comprenderás mi respuesta? La retórica es, en mi opinión, el remedio de una parte de la política.
POLO. - Y bien, repito, ¿es bella o fea?
SÓCRATES. - Digo que es fea, porque ya que es preciso responderte como si comprendieras ya mi pensamiento, te diré que llamo feo a todo lo que es malo.
GORGIAS. - ¡Por Zeus, Sócrates! Ni yo mismo entiendo lo que quieres decir.
SÓCRATES. - No me parece extraño, Gorgias, puesto que no he explicado mi pensamiento. Pero Polo es joven y ardiente.
GORGIAS. - Déjale, y explícame en qué sentido dices que la retórica es el remedo o imitación de una parte de la política.
SÓCRATES. - Voy a hacer una tentativa para explicarte sobre este punto mi pensamiento. Si no es como yo digo, Polo me refutará. ¿No hay una sustancia a la que llamas cuerpo y otra a la que llamas alma?
GORGIAS. - Sin duda.
SÓCRATES. - ¿No crees que hay una buena constitución respecto de una y de otra sustancia?
GORGIAS. - Sí.
SÓCRATES. - ¿No reconoces también, respecto de las mismas, una constitución que parece buena y otra que no lo es? Me explicaré. Muchos, al parecer, tienen el cuerpo bien constituido, y el que no es ni médico ni maestro de gimnasia no nota fácilmente que está mal constituido.
GORGIAS. - Tienes razón.
SÓCRATES. - Digo, pues, que hay en el cuerpo y en el alma un no sé qué, que hace que uno juzgue que ambos están en buen estado, aunque realmente no lo estén.
GORGIAS. - Es cierto.
SÓCRATES. - Veamos si puedo hacerte entender con mayor claridad lo que quiero decir. Digo que hay dos artes que responden a estas dos sustancias: el que corresponde al alma y le llamo política; y respecto al otro, que mira al cuerpo, no puedo designarle con un solo nombre y aunque la cultura del cuerpo sea una, yo la divido en dos partes, que son la gimnasia y la medicina. Y dividiendo igualmente la política en dos, pongo la parte legislativa frente a la gimnasia, y la parte judicial frente a la medicina; porque de un lado, la gimnasia y la medicina y, de otro, la parte legislativa y la judicial tienen mucha relación entre sí, pues recaen y se ejercen sobre el mismo objeto. Sin embargo, difieren en algo la una de la otra. La adulación conoció que estas cuatro artes son como he dicho, y que tienen siempre por objeto el mejor estado posible del cuerpo las unas, del alma las otras; y lo conoció, no mediante conocimiento, sino a manera de conjetura; y habiéndose dividido en cuatro, se ha insinuado en cada una de estas artes, pretendiendo ser el arte en cuyo seno se ha deslizado. La adulación se cuida muy poco del bien, y mirando sólo el placer, envuelve en sus redes a los insensatos, y los engaña; de suerte que la consideran de gran valor. La cocina o el arte culinario se ha deslizado a la sombra de la medicina, atribuyéndose el discernimiento de los alimentos más saludables al cuerpo. De manera que si el médico y el cocinero disputasen delante de niños y de hombres tan poco razonables como los niños, para saber quién de los dos, el cocinero o el médico, conoce mejor las cualidades buenas o malas de los alimentos, indudablemente el médico se moriría de hambre. A eso lo llamo adulación, y lo que digo que es vergonzoso, Polo (a ti es a quien me dirijo), puesto que sólo se cuida de lo agradable, despreciando lo mejor. Añado que no es un arte, sino una rutina, sobre todo porque no tiene ningún principio cierto tocante a la naturaleza de las cosas que ella propone, y que pueda servirla de guía; de suerte que no da razón de nada. Y a lo que está desprovisto de razón, no lo llamo arte. Si te atreves a negar esto, estoy dispuesto a responderte. La adulación, en cuanto a alimentos, se oculta bajo la medicina, como ya he dicho. A la sombra de la gimnasia se desliza igualmente el tocador, práctica falaz, engañosa, noble y cobarde, que para seducir emplea las farsas de los colores, el refinamiento y los adornos, de manera que sustituye con el gusto de una belleza prestada al de la belleza natural que produce la gimnasia. Para no extenderme más, te diré como los geómetras, (quizá me comprenderás así mejor), que lo que el tocador es a la gimnasia, es la cocina a la medicina; o mejor, que lo que el tocador es a la gimnasia es la sofística a la parte legislativa, y lo que la cocina es a la medicina es la retórica al arte judicial. La diferencia que la naturaleza ha puesto entre estas cosas es como acabo de explicarla; pero por su afinidad, los sofistas y los oradores se confunden con los legisladores y los jueces, y se consagran a los mismos objetos, de donde resulta que ni ellos mismos saben exactamente cuál es su profesión, ni los demás saben para qué son buenos tales hombres. Si el alma no mandara al cuerpo y el cuerpo se gobernara solo, y si el alma no analizara por sí misma y no pudiera distinguir la diferencia de la cocina y de la medicina, sino que el cuerpo fuera el juez único, y los estimase por el placer que le causaran, nada más natural ni más común, mi querido Polo, que lo que dice Anaxágoras (y tú lo sabes muy bien) todas las cosas estarían confundidas y mezcladas, y no se podría distinguir ni los alimentos sanos de los nocivos, ni los que prescribe el médico de los que prepara el cocinero. Ya sabes el juicio que me merece la retórica; es con relación al alma lo que la cocina con relación al cuerpo.