Nunca recordaremos haber muerto.
Tanta paciencia
para ser tuvimos
anotando
los números, los días,
los años y los meses,
los cabellos, las bocas que besamos,
y aquel minuto de morir
lo dejaremos sin anotación:
se lo damos a otros de recuerdo
o simplemente al agua,
al agua, al aire, al tiempo.
Ni de nacer tampoco
guardamos la memoria,
aunque importante y fresco fue ir naciendo;
y ahora no recuerdas un detalle,
no has guardado ni un ramo
de la primera luz.
Se sabe que nacemos.
Se sabe que en la sala
o en el bosque
o en el tugurio del barrio pesquero
o en los cañaverales crepitantes
hay un silencio enteramente extraño,
un minuto solemne de madera
y una mujer se dispone a parir.
Se sabe que nacimos.
Pero de la profunda sacudida
de no ser a existir, a tener manos,
a ver, a tener ojos,
a comer y llorar y derramarse
y amar y amar y sufrir y sufrir,
de aquella transición o escalofrío
del contenido eléctrico que asume
un cuerpo más como una copa viva,
y de aquella mujer deshabitada,
la madre que allí queda con su sangre
y su desgarradora plenitud
y su fin y comienzo, y el desorden
que turba el pulso, el suelo, las frazadas,
hasta que todo se recoge y suma
un nudo más el hilo de la vida,
nada, no quedó nada en tu memoria
del mar bravío que elevó una ola
y derribó del árbol una manzana oscura.
No tienes más recuerdo que tu vida.
Pablo Neruda. Los nacimientos
Lo terrible es que no te dejen nacer, ni vivir. Una madre, desde el comienzo, siente palpitar la vida dentro, y defenderla supone un motivo de "mala imagen" en el mudo político; no lo puedo comprender, ni siquiera escuchar sin que se produzca en mí un desgarro, un grito profundo de dolor. ¿En qué clase de sociedad vivimos? Son la inocencia... SÍ A LA VIDA...
La vida humana es sagrada e inviolable: "Pediré cuentas de la vida del hombre al hombre" (Gn 9, 5)
Ser madre es un plus...