"Es opinión muy extendida en nuestra cultura que las religiones y, más concretamente el cristianismo, constituyen un obstáculo para el logro de una vida feliz. ¿Qué puede aportar a la felicidad humana una religión que tiene su símbolo central en un crucificado?, se preguntan no pocos contemporáneos nuestros. El cristianismo, aseguran muchos, se presenta como un mensaje de salvación, pero no ofrece más que la esperanza en una felicidad futura, que solo se lograría a costa del sacrificio de todo lo que puede hacernos felices en este mundo.
Las sociedades avanzadas serían, según esta visión ampliamente extendida, el resultado de un proyecto cultural, concebido y desarrollado a lo largo de la época moderna, que ha permitido, gracias a los avances científicos y el progreso técnico, liberarlas del yugo que les imponían las religiones y lograr cotas cada vez más altas de calidad de vida.
En estas circunstancias resulta paradójico y difícilmente aceptable un mensaje que propaga el Evangelio como fuente de alegría, capaz de hacer felices las vidas de los hombres.
Pero no faltan razones de peso para cuestionar la validez de esta convicción tan extendida. Porque es verdad que la modernidad constituyó todo un proyecto cultural que prometía a las sociedades en las que surgió la autonomía perfecta de las personas, la respuesta a todas las preguntas que la humanidad venía planteándose a lo largo de su historia, la solución a todos sus problemas. Pero basta contemplar el último siglo -el más atroz de la historia, se ha llegado a decir-, para percibir que, siendo muchos los avances logrados en determinados aspectos de la vida , la humanidad está muy lejos de haber conseguido las metas que la modernidad le había prometido.
De hecho, los mejores pensadores del siglo XX han coincidido en advertir del peligro que suponía el cultivo de una civilización centrada en el progreso científico, técnico y económico y ajena al desarrollo moral, a la pregunta por el sentido y al cultivo de la dimensión espiritual constitutiva de lo más propiamente humano.
Algunos de ellos advirtieron ya hace mucho del advenimiento del nihilismo. "¿No vamos vagando como por una nada inmensa?", se preguntaba Nietzsche tras haber constatado la "muerte de Dios" a manos de los hombres; y a la vista de la situación en la que estaba desembocando, Hölderlin primero y Heidegger después proclamaron: "Solo un Dios puede salvarnos" (...)
Juan Martín Velasco, Vivir la fe a la intemperie
Profunda reflexión la que nos ofrece Juan Martín Velasco sobre la dimensión teologal de la fe, la esperanza y el amor, poniendo de relieve su poder de transformar la vida de las personas, dándole valor, sentido, esperanza y una profunda alegría que no elimina los sufrimientos, pero permite vivirlos sin desfallecer en ellos.
La imagen de la intemperie subraya la falta de apoyos sociales y culturales para la fe, y su constante exposición a peligros que pueden parecer insuperables. Pero a la intemperie crecen los árboles más vigorosos, y la intemperie procura la oportunidad de vivir la fe de forma más personalizada y resistente.