"Quizá sea oportuno traer a colación la historia judía narrada por Martín Buber; gráficamente se
describe en ella el dilema en que se encuentra el ser humano.
Un racionalista, un hombre muy entendido, fue un día a disputar con un Zaddik con la idea de
destruir sus viejas pruebas en favor de la verdad de su fe. Cuando entró en su aposento, lo vio
pasear por la habitación con un libro en las manos y sumido en profunda meditación. Ni siquiera
se dio cuenta de la llegada del forastero. Por fin, lo miró ligeramente y le dijo: "Quizá sea
verdad". El entendido intentó en vano conservar la serenidad: el Zaddik le parecía tan terrible, su
frase le pareció tan tremenda, que empezaron a temblarle las piernas. El rabí Levi Jizchak se
volvió hacia él, le miró fija y tranquilamente, y le dijo: "Amigo mío, los grandes de la Tora, con
los que has disputado, se han prodigado en palabras; tú te has echado a reír. Ni ellos ni yo
podemos poner a Dios y a su reino sobre el tapete de la mesa. Pero piensa en esto: quizá sea
verdad". El racionalista movilizó todas sus fuerzas para contrarrestar el ataque; pero aquel quizá, que de vez en cuando retumbaba en sus oídos, oponía resistencia.
Prescindamos del ropaje literario. Creo que en esa historia se describe con mucha precisión la
situación del hombre de hoy ante el problema de Dios. Nadie, ni siquiera el creyente, puede
servir a otro Dios y su reino en una bandeja. El que no cree puede sentirse seguro en su
incredulidad, pero siempre le atormenta la sospecha de que quizá sea verdad. El quizá. es
siempre tentación ineludible a la que uno no puede sustraerse; al rechazarla, se da uno cuenta de
que la fe no puede rechazarse.
Digámoslo de otro modo: Tanto el creyente como el no creyente participan, cada uno a su modo, en la duda y en la fe, siempre y cuando no se oculten a sí mismos y a la verdad de su ser. Nadie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda.
La duda impide que ambos se encierren herméticamente en su yo y tiende al mismo tiempo un puente que los comunica. Impide a ambos que se cierren en sí mismos: al creyente lo acerca al que duda y al que duda lo lleva al creyente; para uno es participar en el destino del no creyente; para el otro la duda es la forma en la que la fe, a pesar de todo, subsiste en él como exigencia.
La primera y la última palabra del credo -“creo” y “amén”- se entrelazan mutuamente, encierran todas las demás expresiones y constituyen el contexto de todo lo que se halla entre ellas. (…) Ya dijimos antes que la palabra “amén” pertenece a la misma raíz que la palabra “fe”. ”Amén” dice, a su modo, lo que significa creer: permanecer firme y confiadamente en el fundamento que nos sostiene, no porque yo lo he hecho o lo he examinado, sino precisamente porque no lo he hecho ni lo he examinado.
(…) Esto no quiere decir que lo que aquí sucede sea un entregarse a lo irracional. Es, por el contrario, un acercarse al logos, a la ratio, a la inteligencia, y así a la verdad misma, ya que el fundamento sobre el que se sostiene el hombre no puede ni debe ser a fin de cuentas sino la verdad".
Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo
Daría para debatir esta entrada, largo y tendido.
ResponderEliminarLos creyentes tienen esa fe a fuego, y los no creyentes tienen su lógica a fuego también.
Besos, querida Rosa.
No, no pretendía debatir, solo me pareció necesaria esta reflexión, a tener en cuenta, creyentes o no.
Eliminar:)
Gracias, querida Verónica.
Un beso.
Sé que no querías debatir. Solo que tras la lectura, quedé pensando.
EliminarCosas mías ;)
Beso, Rosa.
Sí, lo entiendo, siempre da qué pensar ...
Eliminar:)
Un beso, Verónica.
Interesante las palabras del Papa Ratzinger.
ResponderEliminarSí, Tracy.
EliminarUn beso fuerte.
Como reflexión es valiosa... pero no prueba nada, es la pescadilla que se muerde la cola y así indefinidamente.
ResponderEliminarBesos.
En términos científicos, Dios no es un hecho demostrable, pero eso no le quita ningún atributo de realidad.
EliminarSi Dios fuera demostrable, quedaría reducido a las limitaciones de la mente humana. Sería un dios tan limitado que cabría dentro de nuestra capacidad de conocer y definir. Dejaría de ser Dios, por tanto.
Nadie puede sustraerse al dilema del ser humano. Quien quiera escapar de la incertidumbre de la fe, caerá en la incertidumbre de la incredulidad que no puede negar de manera definitiva que la fe sea la verdad. Sólo al rechazar la fe se da uno cuenta de que es irrechazable.
Preguntó Juan Bautista en una hora oscura, angustiosa: "¿Eres tú el profeta?", ¿lo era realmente?
:)
Un beso, Toro.