Natividad con el anuncio a los pastores, Bartolomé Esteban Murillo
UN MINUTO DE TEOZOOLOGÍA
(Navidad)
A D. Joaquín Antonio Peñalosa, ahora más vivo. Ora pro nobis.
El Ángel del Señor le interrumpió a María la costura rezada, y en nombre de Dios Hijo solicitó su ayuda para la Redención. Ella dijo "Sí, quiero" (como se ve en Fra Angelico) y aquel sí de la niña inauguraba el Cielo.
Pero también José -un alma de agua fresca oculta tras los callos y los golpes de escoplo- tuvo su parte en esto. ¿Qué hubiera sucedido si, atontado y confuso como estaba, no hubiera preferido la voz de un ángel -¡y soñado!- a la de la experiencia, el buen sentido, etcétera, como todos nosotros?
Dios no hubiera nacido
en el establo. Punto.
Pero, con mi respeto
para la Teología, aquí no acaba todo;
aquí falta un minuto de lo que se debiera,
con todo mi respeto, llamar Teozoología.
Sí, que al buey y a la mula que allí estaban, oscuros,
“La puerta oscura del tiempo del futuro ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva”.
Benedicto XVI
Arvo Pärt: Sieben Magnificat - Antiphonen
Las antífonas de la «Oh» son siete, y la Iglesia las canta con el Magnificat del Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día 23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, y también son una manifestación del sentimiento con que todos los años, de nuevo, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran solemnidad del Nacimiento del Salvador.
Se llaman así porque todas empiezan en latín con la exclamación «O», en castellano «Oh». También se llaman «antífonas mayores».
O Sapientia= Sabiduría
O Adonai = Señor Poderoso O Radix = Raíz, renuevo de Jesé (padre de David) O Clavis = Llave de David, que abre y cierra O Oriens = Oriente, sol, luz O Rex = Rey de paz O Emmanuel = Dios-con-nosotros.
Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «Ero cras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.
Virgen de la Anunciación (hacia 1476). Antonello da Messina. Museo Palazzo Abatellis. Palermo, Italia.
"Niña de los azules imposibles; niña de los azules que más valen; niña de los comienzos diminutos; niña de la humildad recompensada; [...] Sin tu mano de niña qué valemos".
Julio Martínez Mesanza
"'Y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra': dos milenios de la Anunciación en el arte",
Sea tolerante con los rezagados, aquellos que no entiendan su alegría, ni sus dudas, ni su nuevo deleite: el placer de buscar en lo infinito una sombra de un árbol en la brisa.
Joaquín Pérez Azaústre, Carta de Rainer María Rilke al joven Luis Cernuda
"El Adviento es una llamada incesante a la esperanza: nos recuerda que Dios está presente en la historia para conducirla a su fin último, para conducirla a su plenitud, que es el Señor, el Señor Jesucristo. Dios está presente en la historia de la humanidad, es el "Dios con nosotros".
Papa Francisco, 20-11-2020
"Para todos hay un momento decisivo en la vida, y este bien aprovechado suele ser el principio de la felicidad".
San Pedro Poveda, 1910, (3 de diciembre de 1874, Linares - 28 de julio de 1936, Madrid).
"Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz".
Solemnidad de Todos los Santos, una fiesta que ya se celebraba en Roma en los primeros siglos de la Iglesia y que adquiere carta de ciudadanía a partir del año 835, cuando el papa Gregorio IV la extiende a toda la Iglesia y fija como fecha de su celebración el día 1 de noviembre.
La alegría del santo no conocerá el ocaso (Jn 16,22-23), porque Dios enjugará todas sus lágrimas y alejará de él el sufrimiento para siempre (Ap 21,4).
Día 2 de noviembre: Conmemoración de los Fieles Difuntos
«Una flor sobre su tumba se marchita; una lágrima sobre su recuerdo se evapora; una oración por su alma, la recibe Dios».
San Agustín
La solemnidad de Todos los Santos provoca el recuerdo de los fieles difuntos, presentes todos los días en la oración de la Iglesia. La muerte para los cristianos es el momento del paso de este mundo al Padre.
En la tradición de la Iglesia, el momento de la muerte ha sido considerado como el dies natalis, el día en que el cristiano nace a la vida verdadera. En el paso ciertamente dramático y agónico a este segundo nacimiento, es preciso destacar como fundamentales las ayudas que la Iglesia puede otorgar al que experimenta este trance. Los sacramentos son un medio privilegiado para recibir las gracias oportunas en este momento, porque así como los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía constituyen una unidad llamada sacramentos de iniciación cristiana, se puede decir que la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía en cuanto viático, constituyen cuando la vida toca a su fin a los sacramentos que preparan para entrar en la Patria celestial o bien los sacramentos que cierran la peregrinación.
El hombre de nuestro tiempo ha perdido de vista lo que significa verdaderamente la muerte, la ve como una maldición, no ve por ningún lado la mano de Dios. Apoyado en su inteligencia, busca todos los medios posibles para corregir este mal que inevitablemente está presente; lo que en realidad hace es huir del sufrimiento, de esta dura realidad, porque en el fondo se reconoce como un ser finito, y esto lo consume más que la misma muerte.
¿Cuál es la razón de este proceder? Sencillo: ha escuchado el susurro del demonio, que le ha quitado la esperanza de la resurrección, de poder esperar en el Señor, por eso busca la «muerte digna, sin dolor», que no es otra cosa que el suicidio llamado eutanasia».
Sin embargo, gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene su sentido positivo, como dice san Pablo: «Para mí la vida es Cristo y morir una ganancia» (Fil. 1,21). En la muerte Dios llama al hombre hacia sí; en el momento de la muerte el primer fenómeno que se da es la separación del cuerpo y del alma, esta visión la hemos heredado de la tradición judía, por tanto la Iglesia ya desde los primeros tiempos inculcó la veneración del cuerpo como templo del Espíritu Santo, a la espera de la resurrección de los cuerpos.
Así el cristiano que muere en Cristo Jesús «sale de este cuerpo para vivir con el Señor» (2 Cor. 5,8). La Iglesia, como madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo en manos del Padre; la Iglesia ofrece al Padre, en Cristo, al hijo de su gracia y deposita en la tierra con esperanza el germen del cuerpo que resucitará en la gloria.
Todo este sentido positivo debe iluminar la conmemoración de los fieles difuntos, nuestra fe, esperanza, y caridad sobre el destino definitivo personal y el de todos los difuntos.
Monasterio Madres Dominicas, Zamora
Semanario Alfa y Omega 2017
Requiem aeternam - Canto gregoriano
"Requiem aeternam eis Domine, et lux perpetua luceat eis".
(«Concédeles el descanso eterno, Señor, y brille para ellos la luz perpetua»).
"Requiescant in pace" ("Descansen en paz").
Amén
Tomás Luis de Victoria: Requiem aeternam. Officium defunctorum, II. Introitus
¿POR QUÉ te esmeras tanto en esa hoja? ¿A qué tanto tesón en pincelarla? Primero, verde abril; luego, amarillo otoño; después, ocre; y al fin, rojo, rojo crepúsculo. ¡Y si fuese una...! Pero es toda una copa y, copa a copa, un bosque, el bosque donde solo soy la hoja que tanto te preocupa ---¡así de excéntricos vivís los genios!--- pintar, pintar, pintar.
Daniel Cotta, de Alumbramiento
Antonio Vivaldi: Las cuatro estaciones, Otoño, 1er movimiento
Un día estuve de niño, abrochados mis pies con las sandalias frescas de verano, en un jardín de tierra perfumada. La luna nueva, apenas una voz, me llamaba. Y doce luceritos brillaron en tu pelo. Cuando llegó el otoño y las hojas cayeron en el viento, sonaban como a pasos muy tristes de muertos que se acercan con grandes ramos blancos, olvidados de todo. De pronto, los oí. De pronto, estaba fuera, tras de la tapia enorme que encerraba el jardín que yo tuve a la mano. Y la noche era espesa y no vi más luceros. Y no sé dónde estoy.
Entre el crepúsculo y la noche hay un breve tiempo en que la luz no cede a deslumbrar o a derramarse en sombra, que no golpea sino que rodea la materia, la abraza con un amor platónico. Y al quitarle a las cosas su contraste de tosco claroscuro, las perdona de no sé qué pasado mezquino, las absuelve volviéndolas más ellas, y embelleciendo a todo el que las mira.
Es esta luz con la que Dios ve el mundo.
Jaime García-Máiquez
Albéniz: Suite Española No. 1, Op. 47 (Arr. Laura Lootens): No. 4, Cádiz