Nuestra vida es un rosario o varios rosarios llenos de misterios.
María nos cuida.
Siempre me ha impresionado esta afirmación. María me cuida. Le importan mi vida, mis preocupaciones, mis problemas. Le importan las tonterías que a mí me importan y les da importancia a mis miedos. Toma mis dudas en sus manos. Abraza mis silencios vacíos de palabras.
Pero a mí se me olvida que Ella siempre está a mi lado y muchas veces compruebo mi torpeza y me alejo. Ella siempre me espera, como todas las madres, aunque lleguemos tarde a casa.
Hace ya muchos años se tomó en serio mi vida. Me esperó con infinita paciencia. Eso vuelve a conmoverme cuando lo recuerdo. Su amor de Madre. Su amor cercano y cálido.
En un momento dado asumió su papel de madre y me mostró el camino que tenía que seguir. Quería que me la llevara a casa, que aceptara llevar su virgen peregrina. Desde entonces se quedó en mi casa y ordenó las cosas a su antojo.
Eso siempre me ha gustado de sus formas. Respeta mis tiempos, pero actúa, y va modelando el alma con mucho cariño. Sin forzar, sin pausa. Sin violencia, sin miedo.
Me alegra pensar que Ella me abrió el corazón de su Hijo, me señaló la entrada, su herida y me acercó con delicadeza. Entonces Ella se puso en un segundo plano y dejó que Él tomara la iniciativa.
Así es María. Aguarda, escucha, espera y luego permanece en silencio, a nuestro lado. Así lo hizo en su vida terrena. Así lo sigue haciendo cada vez que nos ponemos en sus manos.
Pienso que este mes de María es un tiempo privilegiado, en el que podemos entregarle nuestro corazón y regalarle esas muestras concretas de nuestro amor.
La queremos y, como nos pasa muchas veces con las personas, no le mostramos con hechos cuánto la amamos. Y el tiempo se nos escapa de las manos. Y no hacemos locuras de amor por Ella. Y no nos entregamos confiados. Y nos olvidamos. Y el tiempo se nos va sin hacer nada, sin hacer crecer el amor. Y el amor que no se cuida se enfría, se seca.
Siempre me ha impresionado esta afirmación. María me cuida. Le importan mi vida, mis preocupaciones, mis problemas. Le importan las tonterías que a mí me importan y les da importancia a mis miedos. Toma mis dudas en sus manos. Abraza mis silencios vacíos de palabras.
Pero a mí se me olvida que Ella siempre está a mi lado y muchas veces compruebo mi torpeza y me alejo. Ella siempre me espera, como todas las madres, aunque lleguemos tarde a casa.
Hace ya muchos años se tomó en serio mi vida. Me esperó con infinita paciencia. Eso vuelve a conmoverme cuando lo recuerdo. Su amor de Madre. Su amor cercano y cálido.
En un momento dado asumió su papel de madre y me mostró el camino que tenía que seguir. Quería que me la llevara a casa, que aceptara llevar su virgen peregrina. Desde entonces se quedó en mi casa y ordenó las cosas a su antojo.
Eso siempre me ha gustado de sus formas. Respeta mis tiempos, pero actúa, y va modelando el alma con mucho cariño. Sin forzar, sin pausa. Sin violencia, sin miedo.
Me alegra pensar que Ella me abrió el corazón de su Hijo, me señaló la entrada, su herida y me acercó con delicadeza. Entonces Ella se puso en un segundo plano y dejó que Él tomara la iniciativa.
Así es María. Aguarda, escucha, espera y luego permanece en silencio, a nuestro lado. Así lo hizo en su vida terrena. Así lo sigue haciendo cada vez que nos ponemos en sus manos.
Pienso que este mes de María es un tiempo privilegiado, en el que podemos entregarle nuestro corazón y regalarle esas muestras concretas de nuestro amor.
La queremos y, como nos pasa muchas veces con las personas, no le mostramos con hechos cuánto la amamos. Y el tiempo se nos escapa de las manos. Y no hacemos locuras de amor por Ella. Y no nos entregamos confiados. Y nos olvidamos. Y el tiempo se nos va sin hacer nada, sin hacer crecer el amor. Y el amor que no se cuida se enfría, se seca.
Es también este mes un mes para recorrer los misterios de la vida de Jesús y de María. Es el rosario ese camino que recorremos a través del gozo, del dolor, de la gloria y de la luz en la vida de Jesús y de María.
Lo hacemos con admiración, con respeto, adentrándonos en el silencio. Pensaba que nuestra vida también tiene muchos misterios. Nuestra vida es un rosario o varios rosarios llenos de misterios.
Miramos nuestra historia y vemos el paso de Dios por nuestro corazón. ¡Cuántos momentos de gozo y de luz! ¡Cuántos momentos de dolor, de muerte y luego de resurrección! Son los misterios en los que Dios va tejiendo nuestra historia con amor, con infinita paciencia.
La palabra misterio, en su sentido estricto, es una verdad sobrenatural, que por su misma naturaleza, está por encima de la inteligencia finita. Es una verdad revelada. Los misterios de la vida de Jesús son verdades que se nos han mostrado con claridad.
En nuestra vida hay muchos misterios. Son momentos en los que Dios nos revela quiénes somos, nos muestra el camino, nos desvela hacia dónde peregrinamos. Son estos los misterios por los que queremos agradecer. En ellos descubrimos quiénes somos, cuánto nos quiere María y cuánto nos quiere Dios.
Ojalá podamos mirar con un corazón agradecido cada uno de esos instantes, cada momento de amor y de entrega. El corazón agradece y María nos enseña a mirar conmovidos nuestra historia, a guardar como un tesoro el paso de Dios por nuestra vida. Ese paso que hace la vida sagrada.
Lo hacemos con admiración, con respeto, adentrándonos en el silencio. Pensaba que nuestra vida también tiene muchos misterios. Nuestra vida es un rosario o varios rosarios llenos de misterios.
Miramos nuestra historia y vemos el paso de Dios por nuestro corazón. ¡Cuántos momentos de gozo y de luz! ¡Cuántos momentos de dolor, de muerte y luego de resurrección! Son los misterios en los que Dios va tejiendo nuestra historia con amor, con infinita paciencia.
La palabra misterio, en su sentido estricto, es una verdad sobrenatural, que por su misma naturaleza, está por encima de la inteligencia finita. Es una verdad revelada. Los misterios de la vida de Jesús son verdades que se nos han mostrado con claridad.
En nuestra vida hay muchos misterios. Son momentos en los que Dios nos revela quiénes somos, nos muestra el camino, nos desvela hacia dónde peregrinamos. Son estos los misterios por los que queremos agradecer. En ellos descubrimos quiénes somos, cuánto nos quiere María y cuánto nos quiere Dios.
Ojalá podamos mirar con un corazón agradecido cada uno de esos instantes, cada momento de amor y de entrega. El corazón agradece y María nos enseña a mirar conmovidos nuestra historia, a guardar como un tesoro el paso de Dios por nuestra vida. Ese paso que hace la vida sagrada.
Padre Carlos Padilla
Sábado, día del Rosario bloguero.
Feliz mes de María.
Con flores a María.
ResponderEliminarSí, así era en el colegio; ahora, no sé si se hace...
EliminarUn beso fuerte.
¡Qué texto tan bonito!
ResponderEliminar¡Feliz mes de María y feliz día de la Madre!
Es cierto, es una preciosidad.
Eliminar¡Feliz mes y feliz día para ti también!
Un beso.