El miércoles, 14 de noviembre, asistí a una conferencia impartida por Juan Martín Velasco, profesor emérito de Fenomenología de la Religión en la Universidad Pontificia de Salamanca, en su sede de Madrid, y en la Facultad de Teología «San Dámaso». Fue rector del Seminario de Madrid (1977-1987) y, durante dieciséis años, director del Instituto Superior de Pastoral.
La conferencia tuvo lugar en la Colegiata de San Isidoro, en León, siguiendo con el ciclo de conferencias relacionadas con el Año de la Fe, promovido por el Instituto Bíblico y Oriental (IBO).
La conferencia tuvo lugar en la Colegiata de San Isidoro, en León, siguiendo con el ciclo de conferencias relacionadas con el Año de la Fe, promovido por el Instituto Bíblico y Oriental (IBO).
De entre las notas que recogí, os dejo, en líneas generales, su argumentación, que me parece muy clara:
SER CREYENTE HOY
Partimos de un condicionante, que es la situación en la que nos encontramos: una época de grave crisis del sistema de todas las mediaciones cristianas. Pero Dios está y sigue llamando: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo" (Apocalipsis 3, 20)
Por una parte, las prácticas religiosas han sufrido un descenso y, por otro lado, han aumentado los matrimonios civiles y el número de niños no bautizados. Se deterioran las creencias y el acercamiento a Dios.
Nos encontramos en un período de secularización, según los sociólogos europeos, o bien de postsecularización, según los sociólogos americanos, ya que parece resurgir el interés religioso en estos hechos:
- Gran crecimiento de las sectas (sobre todo, los pentecostales evangélicos).
- Existe un movimiento de reforma en la Religión en forma de fundamentalismo.
- No podemos pasar por alto la influencia que la Religión tuvo en la caída del comunismo con la figura de Juan Pablo II.
Sin embargo, en la cultura europea casi nada remite a Dios. Y este olvido afecta a las zonas más íntimas de la persona: a las preguntas sobre su propio valor o al sentido de su vida.
Las respuestas que se elaboran en este momento, vienen a través de la filosofía, no a través de la fe.
Y lo que existe es una crisis de Dios. Una crisis de fe. Es un problema religioso, el problema religioso fundamental. Las respuestas deben venir desde la fe.
Y lo que existe es una crisis de Dios. Una crisis de fe. Es un problema religioso, el problema religioso fundamental. Las respuestas deben venir desde la fe.
La increencia crece, y afecta también a los propios creyentes: la "anemia de fe" a la que alude Benedicto XVI.
Recitamos el Credo, y lo recitamos de verdad, son expresiones con las que formulamos el contenido de nuestra fe. Pero eso no es la fe, no es creer verdaderamente, si ello no repercute en nuestra vida. Es necesario que lo creamos, y éste es el primer paso. Muchas veces damos por supuesta la fe, sin habernos preocupado seriamente en qué medida somos creyentes. No la personalizamos.
El paso fundamental es acoger el Evangelio, y el primer mandamiento: "Amarás a Dios sobre todas las cosas..." Quien lo ama sobre todas las cosas, es aquel que busca por encima de todo a Éste que es necesario (cita a san Agustín: "Desde que entré en relación con Dios, me di cuenta de que ya no podía vivir más que para Él"). Esto es personalizar la fe.
¿Estamos lejos de personalizarla? ¿En qué medida somos creyentes?
Una vez constatado este hecho: ¿qué hacer?
El primer paso nos sitúa incluso, antes del cristianismo. Ha de existir, antes que nada, un resorte de vida espiritual sobre el que poder edificar la fe. Interrogarnos (san Agustín, ante la muerte de un amigo, se da cuenta de que ya no le volverá a ver. Comenzó a interrogarse: "me convertí -dice- en "un enigma para mí mismo", y este paso le llevó a la conversión. O como escribe Teilhard de Chardin: "...descubrí la fuente de la que procede el río de mi vida").
El segundo paso sería darnos cuenta de la tendencia que tenemos a la posesión, a saber más. Cuanto más adquirimos más poseemos, pero menos somos nosotros mismos. Cuando alguien se convierte en sujeto posesivo, se convierte también en una persona incapaz de abrirse a la fe.
En el tercer paso se encuentran las adicciones (ideologías, cultura dominante, moda...) que impiden creer en Dios. Es indispensable que seamos nosotros mismos para ser creyentes; llegando al fondo de nosotros mismos, encontramos a Dios, acogiendo la presencia que se nos anuncia dentro de nosotros.
Somos oyentes de Dios, estamos creados todo oídos para Dios, podemos estar seguros de que podemos ser creyentes. Es el paso fundamental para decir: creo en Ti.
Somos oyentes de Dios, estamos creados todo oídos para Dios, podemos estar seguros de que podemos ser creyentes. Es el paso fundamental para decir: creo en Ti.
Pero ¿qué significa la palabra Dios? Es una palabra original. ¿Cuántas cosas se hacen en nombre de Dios? Todo lo bueno: nos referimos a a Él como lo más perfecto, lo más bello, lo más alto. Pero también, en su nombre, se han cometido verdaderas atrocidades: matar invocando a Dios...
No es callando como vamos a recuperar esta palabra, sino nombrándola en las condiciones adecuadas.
Dios es un nombre propio que hacemos nuestro, decimos: ¡Dios mío! El suelo, el soporte donde nace la palabra Dios, es la Religión, no la Filosofía.
Dios es para el hombre algo que está por encima de él mismo, inmensamente superior, pero que no está alejado del mundo del hombre. Es un misterio. Nos dice el Evangelio: "...a Dios no le ha visto nunca nadie...". No se le puede pensar, ni imaginar, está por encima de todo.
Decía san Juan de la Cruz: "Dios no se parece a nada". Nos trasciende. Pero la trascendencia de Dios no es igual a su lejanía, sino que sirve para estar más presente en nosotros que nuestra propia intimidad (san Pablo nos comunica: "El misterio no está lejos de ninguno de nosotros, porque en Él vivimos, nos movemos...").
Y ¿dónde está Dios? No tiene sentido preguntarse dónde está Dios, porque es la realidad donde vivimos y nos movemos. El centro del alma es Dios; nos movemos desde Él, con Él y hacia Él. Es una presencia originante, que permanentemente está haciéndose surgir.
Cristianamente hablando ¿qué tipo de presencia es ésta? El Amor hasta el extremo; por eso escuchamos en el Nuevo Testamento: "Dios es Amor".
Y la respuesta que el hombre da a Dios, es libre, porque el amor no conquista, no avasalla. Responder es aceptar esa presencia. Y es a lo que llamamos tener fe.
La relación del hombre con Dios, es una relación original, y el primer rasgo que la caracteriza es que es un acto por el cual el sujeto se trasciende a si mimo. Para establecer relación con Dios, siempre hay que poner a Dios primero, es Dios quien nos sale al paso (cita la anécdota de que en una misión le preguntaron a una mujer, después de ser catequizada: ¿dónde está Dios? Ella, tras vacilar, contestó: "no sé, yo no sé dónde está Dios, pero sí sé dónde estoy yo"). El sujeto es Dios, y nosotros lo reconocemos y lo acogemos. El hombre para recibirlo se descentra, se expropia, él no domina, sólo se pone al alcance, lo acoge.
¿Qué sucede cuando el hombre lo acoge?, pues que encuentra, por fin, la paz, el soporte donde agarrarse, sustentarse (el profeta Isaías dice: "Si no creéis en Dios no podéis subsistir", no podremos tener un lugar en donde apaciguarnos).
Pero Dios nos llama cuando quiere. A Abraham lo llamó cuando tenía 75 años para comenzar una aventura, y le hace una promesa: que tendrá un hijo. Abraham se pone en camino. Pero Dios aún le pide más: que renuncie a su hijo, la prueba que Abraham tenía de que Dios existe. Y se lo entrega creyendo contra todas las razones posibles.
El primer efecto del acto de creer es la ALEGRÍA DE LA FE. Somos bienaventurados. La primera bienaventuranza es la referida a la Virgen María: "Bienaventurada tú, porque has creído". Cuando le acogemos, encontramos el suelo donde repostar, y por eso sentimos alegría.
Cuando uno ama a una persona, se da cuenta de que recibe de ese otro la certidumbre de su existencia, el valor de su propia vida.
Imagen. Gali Tibbon
¿Cómo se hace efectiva la actitud del creyente? Con un acto de fe, esperanza y caridad.
El primer ejercicio es la oración. La puesta en práctica de la fe es dar voz (o silenciar, también vale el silencio) a la actitud creyente.
El creyente vive en presencia de Dios, y si está eufórico o feliz, le da gracias; si se encuentra en una mala situación, le pregunta, le pide.
La fe opera por la práctica del amor, es la forma más eficaz.
Quien acoge el Amor de Dios, ama.
Quien acoge el Amor de Dios, ama.
Catedral de León
Por último, el profesor Martín Velasco, se refirió a la mística de la cotidianeidad. Escribe Xavier Zubiri: "Cuando nos percibimos fundamentados en la realidad de Dios, llevamos la experiencia de Dios a la vida diaria, y lo hacemos al realizar bien nuestro trabajo". La fe anima el conjunto de nuestra vida.
La fe se vive irradiándola, trasmitiéndola. Evangelizar se convierte en una necesidad, no en una carga. Los símbolos de la fe son la sal, la luz y la levadura. El creyente sólo tiene que ser creyente. Por esto es necesario:
Vivir de tal manera que los que nos vean digan: es imposible que Dios no exista.
Este vídeo contiene otra conferencia sobre este tema, impartida por el profesor Martín Velasco en abril de 2012. Muy interesante y necesario escucharlo.
Gracias. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti.
EliminarUn fuerte abrazo para ti también.
Me ha gustado. Y la frase de Zubiri, de estar fundamentados en Dios. Estos días, releyendo un libro de historia de la Iglesia y leyendo por primera vez la encíclica de León XIII sobre la masonería, me percato, una vez más de que por muy mal que esté la sociedad, Dios siempre vence. Dede el siglo I del cristianismo existen las sectas, las heréjías... pero "la barca de Pedro" no se hunde. Por muy mal que estén las cosas, siempre hay motivos para le esperanza.
ResponderEliminarBesos, Rosa. Y gracias.
Dios siempre vence, es el AMOR y nuestra ESPERANZA.
EliminarGracias a ti, querida amiga.