El silencio no se vive en función de una lectura erudita.
El silencio es quedarse sosegado en el asiento, en una silla.
Es dejar que todo, sobre todo nuestro ego, se detenga,
se pare, se asiente de modo que todo se aquiete:
las frustraciones, las inseguridades, las dudas,
la soledad del aislamiento, los temores, los miedos,
las cobardías, todo sobresalto, toda agitación.
¡Qué manera tan sencilla de sumergirse en el fecundo silencio,
en la gratitud de la vida!
Sentarse es abandonar,
despojarse, vaciarse,
menguarse, empequeñecerse.
La silla, un mueble para aprender a vivir.
El ego es inhóspito;
el silencio es hospitalario, acogedor y receptivo.
La silla, una pausa iluminadora como un amanecer.
José Fernández Moratiel
Sábado, día del Rosario bloguero.
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